Me sorprende la polémica desatada, así como la sorpresa y el estupor de algunos (Celestino Corbacho, Cándido Méndez, Cayo Lara, etcétera) por el comentario del gobernador del Banco de España, Miguel Angel Fernández Ordóñez, sobre la posible necesidad de alargar la edad de jubilación hasta los 67 años. Ojalá hubieran puesto el mismo énfasis contra directivas europeas como la de las 65 horas semanales o la Bolkestein. No voy a ser hipócrita: tengo 33 años y no quiero trabajar hasta los 67; ¡ni siquiera hasta los 37! Pero soy coherente y estoy dispuesto a ello; ¡y es que es de cajón!: nos incorporamos más tarde al mercado de trabajo (por las razones que sean, a las que habría que poner solución, pero ahora no vienen a cuento) y vivimos más (mucho más); luego si queremos mantener la Seguridad Social, las pensiones, el subsidio por desempleo y demás, tendremos que jubilarnos más tarde. Además, según un estudio de la Universidad de Stanford, con 67 años nos estaríamos quedando cortos y habría que ir hasta los 85. Soy bastante malo en matemáticas, pero creo que el asunto no tiene vuelta de hoja. Sobre todo si nuestros amigos los banqueros (entre otros) se dedican a prejubilar a partir de los 50 a excelentes y valiosísimos profesionales, lo cual es una auténtica aberración mientras tenemos a peones, obreros o fresadores (entre muchas otras profesiones que implican un gran desgaste físico) deslomándose hasta los 65.

José A. Mingo Botín **

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