Mi padre se jubiló a los setenta. Trabajador entusiasta, el pelo blanquísimo, alto, firme, activo, de ánimo alegre, mente rápida, respuesta veloz y cerebro ágil no precisó de brain training, paseo vespertino o programa de fitness para la tercera edad, joven sesentón en forma gracias al sacrificio y el esfuerzo, madrugando a horas indecentes, útil y satisfecho en el cumplimiento del deber. La jubilación le trajo la enfermedad y la decadencia, y aunque no perdió el sentido del humor sus años más felices se esfumaron con su vida activa. Ahora que el Gobierno de España, fiel a su compromiso con las pensiones futuras, es decir las suyas --y también la mía la verdad-- pretende retrasar la edad de jubilación y cuando el sentido común advierte de que dentro de dos décadas en este país de viejos de nombre España la escasa población activa no podrá soportar la enorme carga de jubilatas, añoro la fortaleza de mi padre cuyo recuerdo venero y quisiera sentirme dispuesta a continuar en el tajo hasta edad provecta, pero no es así. La realidad constatada de que desde hace insensatos años se están produciendo escandalosas prejubilaciones que han convertido a jovenzuelos de cincuenta y dos en pensionistas de lujo a cargo del erario público pone de nuevo en evidencia las incongruencias de la clase política, que provoca ahora una algarabía quizá para silenciar los mudos alaridos del paro. Mientras los progres lamentan las reformas derechazas de un gobierno de izquierdas que hasta hace nada demonizó lo que ahora emprende, José Barea afirma que con parches y medias tintas no conseguiremos de ningún modo lo que nos exige Europa. Los profesores, a los que ya nos ha señalado Corbacho --tal vez porque no ha dado una clase en su vida-- nos sentimos incapaces de aguantar gamberretes cuando tengamos edad de ser sus abuelos y si nosotros no podemos con lo nuestro, menos los albañiles, bomberos o conductores con lo suyo. La jubilación como los cementerios nucleares. A los pueblos de los otros. Que se jubilen más tarde los que no somos nosotros.
