La primera conclusión que cabe extraer de las votaciones realizadas en las juntas de jueces celebradas el miércoles en toda España es que las asociaciones profesionales, encargadas en principio de representar a los magistrados en su diálogo con el Ministerio de Justicia, han sido desbordadas por los togados de a pie, los que más sufren el exceso de trabajo. Así, la amenaza de huelga, que las asociaciones fijaban para el 26 de junio, ha sido adelantada al 18 de febrero en muchas ciudades, entre ellas las más grandes, Madrid y Barcelona, y en la totalidad de algunas comunidades autónomas, como Extremadura, que en este asunto se ha caracterizado por representar al sector de la judicatura más decididamente partidario de la huelga desde el primer momento en que se planteó una protesta del colectivo judicial.

El resultado de las juntas de jueces se traduce también en un aumento de la presión sobre el Gobierno y que las asociaciones ven parcialmente desautorizado su intento negociador con el ministro Fernández Bermejo.

La determinación de los jueces pasa por alto la duda razonable de si los magistrados, en tanto que depositarios de un poder del Estado, pueden hacer huelga. La Constitución no lo prohíbe expresamente, pero muchos expertos, además de políticos de distinto signo, han señalado que sería un sinsentido que los jueces llevaran su presión hasta el paro, e incluso establecen la comparación con una hipotética, y absurda, huelga del Rey o los ministros. Es cierto que otros consideran que los jueces son funcionarios y como tales no pueden perder un derecho fundamental como es el de huelga.

En cualquier caso, no parece que el clima creado por las votaciones del miércoles sea el mejor para que el Gobierno y los jueces avancen en la necesaria reforma de la justicia. Cualquiera que pise un juzgado se dará cuenta que hay acumulación de trabajo, medios insuficientes y, probablemente y como consecuencia en parte de lo anterior, una deficiente organización del trabajo que deriva en una baja productividad. La modernidad, en fin, no ha llegado aún a las oficinas en las que se mueve la Administración de justicia. Por eso son razonables algunas de las reivindicaciones de la judicatura, como el establecimiento de un nuevo modelo de oficina judicial, la mejora del ratio de jueces por número de habitantes --el de España es uno de los más bajos de Europa--, aumento de las inversiones, etcétera. Pero eso no da derecho a una situación tan difícil de encajar en una democracia como una huelga de togas caídas.

Por lo demás, en la crispación de la judicatura late, como recordó ayer el presidente del Gobierno, la reacción al intento de sancionar al juez Tirado por el caso de la niña Mari Luz. También es sorprendente que el ataque se dirija a un Ejecutivo, el de Zapatero, que es el que más plazas de juez ha creado en la historia.