María Elósegui Itxaso, la primera juez que tendrá España en el Tribunal de Estrasburgo, cree que todo lo que no sea sexualidad cristiana es una patología o es un sacrilegio, o las dos cosas. Ejemplos de sacrilegio serían la píldora anticonceptiva, ya que «impide la implantación del huevo fecundado en el útero», o la regulación del matrimonio entre personas del mismo sexo, puesto que de esa unión «no se puede derivar descendencia». Y ejemplos de patología son la transexualidad, que al parecer se cura con «terapias psicológicas y psiquiátricas», y, todo un clásico, la homosexualidad, que es una «identidad construida en contra del sexo biológico» y, por lo tanto, desarrolla «una conducta desequilibrada». Eso es lo que cree la juez que representará a España en el alto tribunal europeo de Derechos Humanos.

Lo malo no es que lo crea, porque allá cada cual con sus creencias (yo, por ejemplo, creo que Dios no existe, y me parece una creencia perfectamente respetable, espero). Lo malo es que la juez Elósegui, además de creerlo, lo dice. Bueno, no siempre y no todo, pues cuando se le ha preguntado ahora si pertenece al Opus Dei, ha contestado con la vida privada, es decir, invocándola, y añadiendo que «una persona puede tener valores y creencias y por eso no va a ser menos democrática». Lo cual no deja de ser una excusatio non petita, dicho sea de paso, ya que no se le ha preguntado si tener creencias o pertenecer al Opus Dei es incompatible con ser una persona más o menos democrática (¿demócrata?). Pero la juez Elósegui está en su derecho a responder por sí misma o a que lo haga su subconsciente. Faltaría más.

Lo malo (y ya van tres veces) no es que la juez Elósegui diga lo que cree, sino que lo que cree, lo dice. Y si cree que todo lo que no sea sexualidad cristiana es una enfermedad o es una blasfemia, está bien que lo diga. No solo que lo diga, sino que lleve años divulgándolo en libros, artículos, conferencias, etcétera. Así no podrá el Estado español decir que no sabía a quién presentaba para el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, ni el Consejo de Europa alegar que no sabía a quién elegía.