TVtamos camino de un mes del brutal accidente de Compostela. El juez, Luis Aláez , un hombre cabal como bien sabemos quienes lo conocemos, acaba de poner las cosas en su sitio. Ha acallado con contundencia el barullo interesado montado desde el poder para evitar como fuera la cara amarga de mandar: ser responsable de algo. Su modélico auto debiera repartirse, subrayado y comentado, en todos los despachos y coches oficiales de España. A ver si alguno va pillando la diferencia entre responder por tu trabajo cuando ocupas un cargo público e incurrir en un delito tipificado en el Código Penal.

Culpables parecen la velocidad y el maquinista a quien había tanta prisa en condenar. Una afirmación poco discutible. A partir de ahí, sostiene el juez, alguien debe responsabilizarse de que un tramo tan peligroso careciera de la mínima diligencia exigible en señalización y prevención. Se verá si son culpables. Pero desde luego son responsables los presidentes de Adif y Renfe. Por faltar a la verdad, por esconderse detrás de los técnicos y por haber demostrado que su trabajo resulta perfectamente prescindible. Responsable parece también la ministra Ana Pastor por mantenerles en el cargo. Ocultaron su descuido e imprevisión. Procuraron confundirnos con tecnicismos y medias verdades. Se intentó acallar a quienes reclamamos saber qué había fallado acusándonos de complicidad con no se sabe qué gran conspiración contra la alta velocidad española. Es parte de la verdad que alguien deberá asumir.

En este país gastamos demasiado tiempo buscando culpables y poco buscando la verdad. Además de homenajes, las víctimas del Yak-42, del metro de Valencia, del Spanair 5022 o de A Grandeira merecen algo, siquiera un poco de verdad. A ver cuándo aprendemos a dársela, o a hacérselo pagar muy caro a quien se la niegue.