WEwl caso de Terra representa un paradigma de lo que no debe ser una inversión en bolsa. Nacida como la división de internet de Telefónica, fusionada posteriormente con la norteamericana Lycos, fue desde el principio la opción de la operadora multinacional española para dar el pelotazo en el mercado, tan de moda en 1999. Conviene recordar, sin embargo, que no todos los accionistas de Telefónica acompañaron a Juan Villalonga en aquella aventura. Entre los grandes hubo quien prefirió actuar con prudencia y no se dejó arrastrar por la quimera del oro. Pero entre los pequeños inversores hubo de todo, incluso gente que se arruinó.

Seis años después, la acción desaparece y queda absorbida por la matriz. En los casos más extremos, la pérdida puede haber sido de 137 euros por acción, la diferencia entre el máximo histórico de 140 euros que marcó en su día y los 3 a los que murió ayer, cuando dejó de cotizar. Terra ejemplifica mejor que ningún otro caso de la historia reciente española lo que se esconde tras la expresión jugar a la bolsa, término que designa lo que en realidad debería ser simplemente comprar una parte de una empresa, participar en su accionariado. Lo otro es como acudir al casino.