Escucho estos días que dos jóvenes informáticos españoles han diseñado un juego sobre la Guerra Civil para la Play Station. Con abundante documentación histórica y pretendiendo alcanzar con un simple clic la utópica objetividad, nuestros diseñadores digitales regalan a esta España apasionada un motivo más para subir su temperatura política. Dicen los autores que hasta el escabroso tema de los fusilamientos queda expresado con sorprendente realismo en el diseño gráfico de este sonajero virtual con que se nos pretende entretener al niño la tarde de los domingos.

Como integrantes de esta sociedad de la información , ya podremos brindar al sol diciendo que eliminamos a todos los fascistas de España o, si lo preferimos, a todos los rojos traidores. ¡He aquí el gran adelanto del juego: es posible elegir el bando que nos convierta en héroe! Pasar por brigadista o pasar por falangista, por requeté o por miliciano. El presente actualiza bajo el código binario de los ceros y los unos, de los buenos y los malos, un pasado demasiado complejo como para quedar diluido en la frivolidad de unos efectos especiales. Pese a ello, viviremos in-situ bombardeos de Guernica, tomas del Alcázar y batallas de Brunete, y hasta será posible infiltrarse en las filas enemigas, por las rendijas de una ilusión desangrada en la Ciudad Universitaria. Por primera vez en la historia del videojuego, podremos llevar un franquito dentro para que nos diga cómo, cuándo y dónde asestar el golpe fatal que nos permita disfrutar del poder provisionalmente, por supuesto durante otra eternidad de cuarenta años. ¡Qué genialidad!, un manual digital para convertirse en caudillo, héroe salvador de una España rota en dos por un simple juego de guerra.

Todo esto no debería sorprendernos, pues la sangre vende mucho más que los pactos, las renuncias y los abandonos. El destello de una explosión encandila más al espectador que un acuerdo in-extremis al borde de la crisis. Resulta más espectacular una macro batalla a orillas del Manzanares que los Pactos de la Moncloa, por eso sería impensable un juego sobre la Transición política o sobre la vida hecha jirones de los exiliados.

Pero cuando la guerra llega al ámbito del entretenimiento caben dos reflexiones que pueden decirnos mucho acerca de la sociedad que estamos formando, o de la sociedad que formaremos. Una de esas reflexiones afirmaría que jugar con nuestros fracasos históricos nos convierte en maduros ciudadanos libres capaces de olvidar, y superar, antiguos rencores. Sin embargo, no entiendo cómo podemos hacer compatible nuestra apasionada recuperación de la Memoria Histórica con un juego cainita donde revivimos, salpicados de sangre digital, unos sucesos dramáticos que determinaron negativamente nuestra historia. Abrir fosas de olvido resulta necesario, pero revivir trincheras de odios siquiera desde la Play Station me parece un grave error en una España convulsa que no está para estridencias.

Por eso, la segunda y última reflexión que me suscita esta irresponsable propuesta de entretenimiento desemboca necesariamente en la memoria, ese sexto sentido donde se funden pasado y presente. El hecho de que ahora podamos jugar con nuestros dramas no implica necesariamente que los hayamos superado y, lo que resulta aún más grave, no garantiza siquiera que hayamos podido aprender de ellos. Si la principal enseñanza de la Guerra Civil fue no repetir aquello , dudo mucho que tengamos presente la moraleja actualizando odios a golpe de joystick.

Si queremos aprender del pasado habrá que hacer memoria del olvido, recorrer los silencios de la guerra, sus dimensiones menos evidentes para, a partir de ellas, levantar un recuerdo poliédrico donde puedan complementarse diferentes interpretaciones. El olvido en la historia no es silencio ni agujero negro, todo lo contrario, de él deberíamos hacer las sociedades un inmenso mosaico donde quedara plasmado el ayer para superarlo y nunca para repetirlo. Recuerdo y olvido son las dos caras de una misma moneda que se llama memoria , por eso, para hacer memoria de la guerra no hay que borrar del calendario aquellos días de infamia, ni perseguir sañudamente al enemigo por la pantalla de nuestro ordenador, basta con explicar por qué triunfó el odio sobre un sentido común desgajado entre sinrazones. Proponer un olvido que recuerda y un recuerdo capaz de olvidar es el principal trabajo del historiador hoy, ayer y siempre.

El único juego que cabe hacer sobre la Guerra Civil pasa por enfrentar la aventura intelectual de su conocimiento, recorriendo todas sus caras, averiguando el haz de causas que la produjo y las terribles consecuencias que de ella se derivaron. Todo lo que anteponga el entretenimiento al conocimiento puede caer en la trampa de la frivolidad, por eso: juguemos a la Guerra Civil , sí, pero sin matarnos de nuevo en una hoguera de vanidades que nunca acaba al terminar la partida.

*Profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Extremadura