El procedimiento de impeachment contra Donald Trump instado por el Partido Demócrata en la Cámara de Representantes, donde tiene mayoría, cambia el tono de la precampaña para la reelección del presidente, coloca a Joe Biden en primer lugar para ser el candidato demócrata que le dispute la Casa Blanca y condena a que, cuanto suceda a partir de ahora, se analice a la luz de los vaivenes del proceso. Porque, aunque es harto difícil que el encausamiento de Trump por el Congreso culmine con su destitución, el andamiaje jurídico y político que lo rodea conlleva un enorme desgaste no solo para quien es investigado, sino también para quienes ponen en marcha la investigación. Y es una incógnita intuir quién puede salir más debilitado del desafío conforme avancen las pesquisas y salgan a la luz la cara oculta del poder y sus miserias. Esa incertidumbre por las consecuencias electorales que puede tener la vía del impeachment explica las resistencias del establishment demócrata a tomar este camino hasta que se ha concretado el escándalo de las presiones de Trump al presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, para que investigara a Joe Biden y a su hijo. Es presumible que los demócratas dispongan en este caso de mejores elementos probatorios que en el del Rusiagate, pero incluso si este es el punto de partida, es muy improbable que en el Senado, con mayoría republicana, logren sumar 67 votos para echar al presidente en pleno año electoral. Puede convenirse que Trump ha acumulado méritos para verse en este trance, pero es igualmente cierto que la complejidad del procedimiento y los intereses políticos hacen difícil que se consume la destitución, y, en cambio, pueden reforzar al inculpado a ojos de una parte importante del electorado.