El caso Millet clama al cielo. La impunidad con la que Félix Millet (factótum del Palau de la Música Catalana) metió la mano en la caja de esta institución pública --para lucrarse personalmente y para financiar a determinadas fundaciones de partidos políticos nacionalistas-- amenaza con perpetuarse en el tramo judicial del caso. Quien según propia confesión se apropió ilícitamente de caudales por valor de más de tres millones de euros --la Fiscalía dice que fueron 10 y una auditoria interna habla de 20-- está en libertad y sin fianza tras su paso por el juzgado barcelonés que lleva el caso. Es insólito. Si la virtualidad y credibilidad de la Justicia se basa en la aplicación de leyes que son igual para todos, en el caso Millet , está claro que se ha perpetrado una excepción.

Tanto él como Jordi Montull , cómplice de sus manejos, están en libertad tras pasar por el juzgado de un país en el que los que la policía lleva esposada a la gente hasta las comisarías y los jueces meten en la cárcel a gente por asuntos cien veces menos relevantes. Millet pertenece a la oligarquía que se reparte el poder en Cataluña --"Somos", decía en un libro publicado hace unos años, "cuatrocientas personas que coincidimos en todas partes"-- ha sido tratado por la Justicia como en su día lo fueron los Albertos a su paso por los tribunales. Con un trato de favor del que no disfruta el resto de los ciudadanos.

La tradición gusta de representar a la Justicia a la manera de una cariátide con los ojos velados por una banda de gasa. Habría que cambiar esa imagen. A la vista está que cuando conviene, no es ciega: es bizca.

Ya digo, un escándalo.