Cuatro de cada cinco cátedras de universidad está ocupada por hombres, y eso que el número de licenciadas supera ya al de licenciados.

Hay cincuenta y nueve mujeres en las academias frente a cuatrocientos ochenta y cuatro varones. Menos de la mitad del personal investigador del CSI es mujer. Cae la natalidad hasta índices nunca vistos y sube la edad de las madres primerizas.

Y sigue habiendo políticos que acusan de esto a la incorporación de la mujer al mercado laboral, y no a la falta de medidas sociales que permitan la creación de guarderías en los lugares de trabajo y horarios menos demenciales.

Muy pocos padres se acogen al permiso de paternidad. Suma y sigue. Aumenta el número de adolescentes que ven normal que su pareja mire su móvil, controle las salidas y vigile su forma de vestir. Como si no hubieran pasado tantos años y tantas conquistas.

Se celebra en las redes sociales el bodrio de Cincuenta sombras de Grey, y la película, todavía peor que el libro. Qué historia de amor más bonita, escriben, sin querer darse cuenta de que celebran una historia de dominación, de crueldad y abusos, y del eterno convencimiento de que se puede cambiar a un hombre por amor.

Acusamos a la lengua de ser machista, y nos parapetamos detrás de palabras extrañas que no tienen cabida en nuestro idioma, neutros, arrobas y demás sandeces que van en contra de la norma lingüística, pero no queremos ver que si no cambiamos a los hablantes, la lengua seguirá siendo el reflejo de lo que pensamos. Como siempre.

Así que dejemos de rasgarnos las vestiduras en internet y empecemos a actuar en la vida real, educando a nuestras hijas y nuestras alumnas.

No hagamos como si fuera increíble lo que está pasando en el juicio a los violadores de Pamplona. Eso ya ha pasado en otras ocasiones. Jueces que culpan a la violada, compañeros que miran a otro lado, compañeras que critican duramente a las mujeres que no quieren hacer lo que las demás. La Manada, o la Jauría, o como quiera llamarse ese grupo de jóvenes, es el resultado de una sociedad que premia lo zafio y lo grosero, y que no está dispuesta a asumir responsabilidades.

No queremos ver lo que tenemos delante de los ojos. Eduquemos contra eso, pero castiguemos también a quien emplea la fuerza contra quien no puede defenderse.

Educación y justicia, lo primero. Esperemos que la igualdad y el respeto vayan inmediatamente después.