WSw i vale la definición de peronismo como sinónimo de derrumbe argentino --al menos en las últimas décadas--, el kirchnerismo es todo lo contrario: define la asombrosa recuperación de un país que ha superado el trauma financiero y psicológico del corralito impuesto en el 2001. La economía va viento en popa con un crecimiento del 8% en plena crisis mundial y el consumo no para de crecer. Cristina Fernández de Kirchner debe su arrolladora victoria del domingo a este cambio de ciclo iniciado por su marido, Néstor Kirchner, y continuado por ella misma desde el 2007. El kirchnerismo, pues, ha tomado carta de naturaleza política.

Con un Gobierno fuerte y una oposición debilitada, la presidenta profundizará sin duda en la fórmula mágica que ha sacado al país de la ruina, pero no todo es lo que parece. Clave en el levantamiento ha sido el aumento del precio de las materias primas y de las exportaciones agrícolas, la soja en particular. Que su mayor cliente sea China, que puede dictar sus condiciones, no es muy tranquilizador. También ha sido fundamental la política de subsidios, que si bien permite incorporar sectores de la población al consumo genera escasa productividad a largo plazo y mucho clientelismo. Y hay dudas sobre la inflación y el paro reales. Políticamente, sería un error que Kirchner considerase la victoria un salvoconducto para profundizar en su tendencia al presidencialismo ignorando a las demás instituciones.