Los ministros de Defensa y de Asuntos Exteriores, Carme Chacón y Miguel Angel Moratinos, respectivamente, coincidieron ayer en señalar que la decisión de retirar las tropas españolas de Kosovo es, por un lado, "firme" y, por otro, de "todo" el Gobierno. No podían hacer otra cosa ambos, que exhibir unidad e ideas claras ante la avalancha de críticas por la falta de coordinación a la hora de comunicar el próximo repliegue del contingente español, unos 630 militares con base en Istok.

La oposición se ha encontrado con este inesperado gol en propia puerta del Gobierno, del que ya se puede decir algo sin temor a equivocarse: al Ejecutivo le ha faltado capacidad de explicación a sus aliados de las posiciones propias. Y por más que ahora se hagan innumerables esfuerzos por cerrar filas en el campo socialista, es evidente que el secretario general de la Presidencia del Gobierno, Bernardino León, dio el sábado una versión muy diferente de la operación de retirada de Kosovo de la que anunció la ministra el jueves sobre el terreno. El PP ya ha hablado del "ridículo" del Gobierno de España ante sus aliados. Rajoy, con indudable oportunismo, ha cargado la mano, seguramente resentido por los grandes réditos políticos que el presidente Rodríguez Zapatero obtuvo de otra retirada de militares españoles, la de Irak, que fue leída como una rotunda y justa condena a la política exterior que había llevado a cabo José María Aznar.

Pero el problema de la salida de las tropas de Kosovo no es solo, ni principalmente, un asunto interno. Es más, se trata de una cuestión internacional que puede tener muy negativas consecuencias para España en el terreno de la cooperación militar, donde cada gesto es mirado con lupa por los aliados.

Vaya por delante que el Gobierno es coherente al hacer volver a un contingente que debía colaborar con las autoridades de Kosovo, provincia serbia que proclamó su independencia de forma unilateral y que España no reconoce como Estado. Tiene razón la ministra Chacón en que las actuaciones de las tropas de la OTAN en Kosovo son ahora más policiales que militares, por lo que, en ese sentido, nuestra misión ha terminado puesto no que podíamos intervenir en acciones que entraran en contradicción con la posición diplomática. Pero lo que ha quedado claro en este incidente es la incapacidad del Ejecutivo español para hacer entender su posición a los aliados de la OTAN y, en especial, a EEUU.

En un momento de claro acercamiento a la nueva Administración de Washington, el patinazo en Kosovo puede pesar como una losa en la imagen exterior de España y en el intento, legítimo, de Zapatero de aparecer como un leal socio de Barack Obama, también en el terreno de la cooperación militar.