La conferencia-despedida de Juan Carlos Rodríguez Ibarra en el hotel Ritz de Madrid, organizada por el Forum Nueva Economía, no decepcionó a la afición. Primero, llenó la plaza, y, luego, con esa retranca de la generación que tuvo un familiar que aró con mula --o sea, la mayoría de los nacidos en la España entre los años cuarenta y los cincuenta del siglo pasado-- fue destilando hipérboles deslumbrantes, sarcasmos de baja intensidad, verdades como puños y hasta maldades divertidas. Entre estas últimas, sus alabanzas a Pedro Solbes como ministro de Economía, con Felipe González y con Rodríguez Zapatero , para augurar a continuación un brillante porvenir para él en el caso de que se dedique a la política . Me imagino que, en las luchas presupuestarias entre el despedido y el economista, Solbes atendió siempre más a la racionalidad de los números que al sueño del político.

Pero entre las verdades como puños hubo un análisis muy lúcido de la transición y de la situación actual. Recordó que la democracia había llegado, entre otras cosas, por el acuerdo de la derecha en olvidarse de la dictadura, y por la necesidad de la izquierda en renunciar a postulados maximalistas. Cada bando metió en el cajón sus aspiraciones, y allí se han quedado. Recordó el presidente extremeño, por ejemplo, que el PSOE jamás ha sacado del cajón la aspiración a la república. Pero los nacionalistas, que como la izquierda y la derecha también metieron en el cajón sus maximalismos, no los han guardado y, a la menor, vuelven a sacar sus aspiraciones, al parecer irrenunciables. No hace falta ser un sociólogo para colegir que todas las tensiones, todas las sacudidas, todos los sobresaltos de un país que va razonablemente bien, se deben a ese cajón permanentemente abierto, inalterablemente petitorio. ¡Ah! Se va para no volver.

*Periodista