Las campañas electorales se ajustan cada día más a los imperativos del márketing publicitario. El objetivo es captar el mayor número de votos entre electores indecisos, para lo cual se suelen emitir mensajes neutros prometiendo bienestar y demás bondades propias de cualquier anuncio comercial. De esta forma, los aparatos de los partidos, más que someter a debate entre sus militantes proyectos políticos basados en su ideario, se limitan a reclutar mercenarios expertos en mercadotecnia y redes sociales para crear una ideología light que guste a los electores pero que no comprometa demasiado. El resultado es la superficialidad del pensamiento político actual, que llega a legislar a golpe de ocurrencias.

La reciente crisis del PSOE es un exponente más de la quiebra por la que atraviesan los grandes partidos socialdemócratas europeos, pero también es la constatación de que parte de sus militantes no renuncian a su genuina ideología. La crisis financiera de los últimos años ha puesto al descubierto la hegemonía del capitalismo financiero sobre el capitalismo industrial, que era el caldo donde habían nacido las doctrinas socialdemócratas dominantes en el pasado siglo. La economía especulativa significa el fin del desarrollismo y la implantación de un sistema económico que no produce bienes, sino que especula con activos no tangibles que impiden poner en práctica políticas redistributivas y que hacen que impere la competitividad en detrimento de la solidaridad. Si a esto añadimos que la globalización está haciendo perder soberanía a los Estados, es fácil explicar la pérdida de capacidad de maniobra del tradicional ideario socialdemócrata, cuyos líderes se han visto compelidos a aplicar políticas neoliberales (ajustes del gasto público, control de salarios, flexibilización de despidos, etc.). Esta falta de respuesta de los partidos socialdemócratas a los problemas cotidianos es lo que ha hecho emerger movimientos populistas que, una vez organizados en partidos políticos, están disputando los votos a la socialdemocracia tradicional.

La crisis socialista, por tanto, además de la sempiterna disputa entre sus líderes por controlar el partido, evidencia algo más: la lucha por la defensa de una ideología. Esta crisis será recordada, no solo como una contienda cainita por hacerse por el poder, sino como el afán de una parte de sus bases por mantener vivo el pensamiento dogmático primigenio frente a los que defienden tendencias más socioliberales o pragmáticas.