La selección nacional de fútbol tiene esta noche una cita con la historia: nunca antes, a pesar de la tradición balompédica de nuestro país y de la fortaleza de nuestra Liga, había tenido la ocasión de disputar la final de un campeonato del mundo. Sin embargo, no parece que sea solo la selección de fútbol la que está ante una oportunidad única: el grupo de jugadores que la conforman y el cuerpo técnico que la dirige han hecho méritos suficientes --méritos deportivos y de toda índole--, para encarnar no únicamente la mejor versión de un equipo de fútbol (un honor que pocos le disputan en el mundo), sino la mejor versión de España. España debería ser lo que es la selección: un grupo heterogéneo de personas, de distinta procedencia y a veces con intereses contrapuestos, que han logrado un espacio común de cooperación y de unidad. Si los españoles nos devanábamos la cabeza para encontrar un concepto de lo que deberíamos ser como país, ahí está la selección: gente solidaria, esforzada, generosa y siempre dispuesta a reconocer méritos en su compañero antes que en sí mismo.

El fútbol es caprichoso, como juego que es. Cabe la posibilidad de que España pierda esta noche. Y que lo haga incluso habiendo jugado mejor que Holanda. Cabe también lo contrario. Su triunfo deportivo es incierto. Pero lo que ya es una certeza, con independencia del resultado, es que ese grupo de españoles ha conseguido que nadie se sienta excluido en su admiración: son ´la Roja´ de todos.