Mi tía está más cerca de los 90 que de los 80 y le molestan, es más, le irritan las llamadas de empresas de telefonía vendiendo sus productos. Quiere que la dejen en paz, poder cerrar los ojos sin que la sobresalte el sonido del teléfono para preguntarle si tiene Internet. "No lo tengo, mire usted, soy mayor, y no quiero tenerlo, y tampoco quiero cambiarme de compañía. Estoy harta de decirlo. Déjenme tranquila".

Tiene razón mi tía a quien cada vez me parezco más. También me irritan las llamadas. "¿Es usted la señora María ?". No tengo nada contra las personas que están al otro lado del teléfono, pero tengo mucho contra las compañías para las que trabajan. No es nuevo, pero aunque ya haya escrito sobre esto (no me acuerdo) tengo que volver a hacerlo. En estas últimas semanas están más activas, como hormigas abasteciéndose, incrementando la cartera de clientes cara a los objetivos que en otoño se fijen para el próximo año.

Pienso que será eso, todas las empresas hacen sus presupuestos y otean el horizonte. Molestan e irritan como mosquitos en noches de verano, como moscas en tiempo de vendimia. "No quiero nada, no me interesa" les digo. "¿Por qué señora María? Lo que le ofrezco le puede suponer un ahorro sobre lo que está pagando". Me da igual, no quiero oír lo que la voz quiere ofrecerme. En un par de ocasiones las escuché, y tuve que abrir la casa a técnicos que cambiaron el router y efectuaron configuraciones, y todo para nada. Al cabo de pocos meses la factura se incrementó debido, según decían, a cosas que yo había hecho. Es decir, la culpa era mía. Y volví a recibir llamadas de las otras compañías, las que había abandonado, y que me ofrecían descuentos en mi factura. Que me dejen en paz. Yo también quiero cerrar los ojos sin tener que abrirlos sobresaltada. Me irrita cada vez que me preguntan si soy la señora María.