En este país donde se obliga a que los perros vayan atados y se permite que algunos concejales de urbanismo paseen sueltos, se cuestiona la nueva normativa de la Pasarela Cibeles, que exige una determinada masa muscular a las modelos para que no den la impresión de que acaban de ser extraídas de un campo de concentración clandestino, tras una urgente cura de reanimación.

Uno de los presbíteros de la moda --o vestal, porque no acierto con su sexo-- se muestra indignado/a porque se ha rechazado a cinco modelos a las que se ha encontrado excesivamente delgadas, y eso, según el preste de la estética vestuaria, supone un grave caso de discriminación. Y lo dice quien pertenece al gremio de los que durante lustros, durante décadas, han estado discriminando a las mujeres normales, porque no tenían la estructura de una percha, y sus brazos abultaban algo más que las varillas de un paraguas. Es decir, que los arciprestes de la moda pueden discriminar al inventarse un tipo de mujer inexistente, pero si se pretende volver a la realidad se acomete un grave caso de discriminación. Yo mismo, con la excusa de que soy más bien bajo, parece que he sido gravemente discriminado, y nunca me han incluido en la selección nacional de baloncesto. Desde luego, no sé jugar al baloncesto, pero de haber aprendido me hubieran echado atrás los discriminadores.

Observar la paja de la discriminación en el ojo ajeno es mucho más fácil que advertir la viga en el propio. El sueño delirante de los diseñadores ha creado un tipo de mujer que casi han logrado imponer ante la mansedumbre de las atacadas. Las mujeres se han rebelado contra su discriminación electoral, familiar, profesional y sociológica, pero acatan las satrapías de estos discriminadores vocacionales con una sumisión sorprendente. Y, en cuanto el sentido común ha comenzado a abrirse paso, el gremio de tiranos se escandaliza y denuncia una discriminación.

*Periodista