Vamos a otras elecciones, la segunda parte de una película cuyo final resulta imposible de predecir. Los encuestadores tenían antes una especie de bola de cristal con que averiguar quién ganaba o perdía unos comicios, pero desde la llegada de los partidos emergentes y morir para siempre el bipartidismo, resulta mucho más complicado. Ahora hay que determinar quién vence en la pugna, lo cual arroja muchas más variables, pero, además, intentar establecer qué combinaciones se pueden hacer a posteriori para salir del laberinto en que se ha convertido cada encuentro.

El 20-D pasará a la historia por haber resultado finalmente un desatino, empezando porque el ganador de los comicios se quitó de en medio y siguiendo porque el segundo planteó una alianza confiado en que la presión le haría torcer el brazo al tercero. Todos han suspendido a ojos de la ciudadanía. Cada cual se ha mirado su propio ombligo y unos han planteado sus estrategias con el propósito último de salvar su propio trasero y otros cara a un segundo encuentro como si de una partida de póquer se tratara esperando mejores cartas.

Segundas partes nunca fueron buenas y todo hace entrever un resultado similar, ese en el que la combinación resultante pretendiera mezclar agua con aceite, un imposible que hace ingobernable un país y plantea un escenario difícilmente respirable a las puertas del verano.

De todas maneras, habrá que ver qué desgaste ha sufrido el PP, agazapado tras la tapia de terreno de juego viendo como el resto se enfanga en el barro de la negociación; determinar qué resultado le da su estrategia al PSOE, un partido donde hay barones que parecen esperar el batacazo de su líder para pasar página a lo que consideran un error; averiguar qué rédito consigue Podemos, formación que ha basado su actuación en hundir o sobrepasar como sea el PSOE y de ahí ahora su interés por cogerle la mano al millón de votos de Izquierda Unida; y finalmente saber qué fuerza o calamidad va a rodear a Ciudadanos, valorado por su afán de construir una mayoría y criticado a la vez por unirse a la izquierda desde posiciones más liberales.

Todas estas variables estarán en liza, lo cual si tenemos en cuenta que en el 20-D muchos diputados se lograron en determinadas circunscripciones por un puñado de votos, cualquier resultado es posible y podría cambiar el escenario resultante en uno u otro sentido de la noche a la mañana.

¿Y en el ámbito regional? ¿Se pueden establecer lecturas? Pues no cabe duda de que sí. Unos comicios siempre son un termómetro de la opinión del electorado aunque se le pregunte por claves totalmente distintas. En este sentido, en Extremadura estoy convencido de que, con independencia de la austeridad o el ahorro implícito que van a imponer los partidos desde Madrid, aquí se va a poner toda la carne en el asador.

Habrá que recordar que en el 20-D ganó el PSOE con 5 diputados y 232.879 votos (36 %), le siguió el PP con 4 y 225.230 votos (34.82 %) y Podemos con 1 escaño y 81.755 votos (12.64 %). Ciudadanos se quedó fuera con 73.545 votos (11.37 %) e Izquierda Unida también con 19.497 votos (3.01 %). Todos los resultados fueron más que ajustados. ¿Se sumarán ahora los votos de Podemos e Izquierda Unida? Está por determinar. ¿Subirá Ciudadanos en menoscabo del PP? Es posible. ¿El PSOE arrastrará el desgaste llegado de Madrid? Es probable.

Si la volatilidad del voto era una clave que se manejó en las anteriores elecciones para determinar que era imposible saber el resultado y donde la campaña fue más determinante que nunca, esta vez se une la valoración de un escenario de negociación fallido y el desencanto del electorado. Ahí es nada. Como para saber, encima, qué va a pasar.