Escuchar y ver estos días, las gestas deportivas de aquella u otra selección de fútbol, a cuenta del campeonato del mundo de dicho deporte que se viene celebrando en Rusia, es algo que parece que se haya convertido en una suerte de gran acontecimiento y que, de repente, parece que todo se paraliza por un instante, donde las masas de aficionados y forofos del deporte rey, animan a sus equipos como si en ello les fuera la vida. «Sufrimos para ganar», dicen los susodichos periodistas cuando un equipo de millonarios no da la talla. Quizá muchos no sepan o ignoren que Rusia, país organizador, no es precisamente un gran defensor de los derechos humanos. La organización ha prohibido expresamente los gestos inapropiados entre las parejas del mismo sexo durante el transcurso del campeonato. Pero parece que a la FIFA le importa poco. Las condiciones laborales en las que se levantaron los estadios de fútbol, con explotación laboral, son escandalosas: sueldos míseros, alojamientos miserables para sus trabajadores, llegando incluso a perder la vida. Los escándalos de corrupción no son ajenos a las altas instancias del fútbol y, pese a las promesas de regeneración, todo sigue igual. Es el lado oscuro de un deporte que mueve cifras mareantes en el que hay figuras en las que se ven reflejados niños y jóvenes, queriéndose parecer a ellos, cuando son los más grandes defraudadores fiscales, que luego se lavan la cara con campañas solidarias.