Nunca he hablado tanto con mi familia como en estos tiempos en los que nos sorprendió la tormenta inesperada; Rafita ya lleva 35 días encerrado y todas las tardes hablamos, con los pies aquí y la cabeza (y el corazón) con él en Roma.

La situación va a más con cuatro pantallitas: una en Roma, otra en Cardiff con Currino, la de Mérida y otra en Badajoz donde mi Elena gesta entre algodones. Y allá en Mexico, Daniela. Nunca los Te quiero y te añoro han sido tan sentidos. Como tengo una familia extensa, intensa y estupenda, la correspondencia se intensifica con la Angulada, excepto con Marko que pasa fugazmente mientras los demás tenemos cosas que contar. Vaya por delante que de esta crisis saldremos más unidos y que el mensaje del Papa Francisco de tener esperanza en los hombres y mujeres de esta humanidad va calando; sí, estamos revisando nuestras vidas y para ello hemos descubierto que nada mejor que alejarnos de memes y fariseos, quitarnos el pijama nada más levantarnos, afeitarnos (quienes lo hacíamos antes), no encender la televisión por las mañanas, obviar películas apocalípticas (bastante tenemos con la realidad) y considerar que la dureza de la soledad es más liviana si la ablandas con lazos familiares.

A lo mejor al final le encontremos sentido a esta inédita forma de libertad, a esta descansada vida (que me perdone Fray Luis de León), alejados del mundanal ruido y siguiendo la escondida senda del aislamiento (que nunca ha ocurrido). Algunas cosas aún chamuscan, estar todo el día conectado o apantallado es una maldita rutina, vivir como si cada día fuera fin de semana es cansino, pero el recientemente fallecido Jiménez Lozano ya lo justificaba en ‘Pan’: «Se quema la tostada/ de pan; más si no se quemase,/ no habría tal olor a casa/ a consuelo, a paraíso». Tan paraíso que uno puede entonar en casa (que me perdonen Los Secretos): «Ayúdame y te habré ayudado/ que hoy he soñado en otra vida/ en otro mundo, pero a tu lado».