TLtos demógrafos, cuando estudian nuestra población, acostumbran a diferenciar generaciones, de manera que, cuando vemos una pirámide de edades, podemos distinguir en ella las generaciones llenas del 'baby boom' y también las generaciones vacías, afectadas por episodios de gran mortandad como la pandemia de gripe de 1918 o la guerra civil. Lo mismo sucede con las viviendas y la edificación, de forma que podemos distinguir en la evolución de la construcción las generaciones llenas de los polígonos de viviendas de la década de los 60 del siglo XX o las generaciones del boom de las casitas adosadas desde finales de los años 80.

Esta demografía residencial nos ofrece, sin embargo, una pirámide de edades sorprendente por la aparición, durante los años de la bonanza económica, de una generación de viviendas que, más que llena o vacía, cabría definir como hueca. Es decir, un grandísimo estoc de viviendas desocupadas o incluso a medio edificar. Hablaríamos, por tanto, de dos grandes conjuntos de construcciones. En primer lugar, las viviendas efectivamente construidas aunque nunca ocupadas y que, con sus puertas, ventanas y garajes cerrados, van degradándose sin mantenimiento alguno. En segundo lugar, las viviendas ciertamente iniciadas pero nunca acabadas y que constituyen el testimonio más crudo de lo que el estallido de las burbujas inmobiliarias ha representado para nuestras ciudades.

Los dos grupos de viviendas muestran un territorio en 'stand by', en espera. Pero en espera de no se sabe muy bien qué, pues la crisis económica y la magnitud real del imponente grueso de construcción contabilizado hacen muy difícil imaginar soluciones de gestión a corto plazo. Seguramente el impulso inmediato de pensar en la demolición puede ser visceralmente comprensible, pero ni es razonable ni, en realidad, factible en términos económicos y territoriales, al menos como solución universal. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo reciclar estos parques de viviendas zombies que no solo se van degradando cada día que pasa sino que degradan a su vez su entorno y el paisaje?

XEL ABANDONOx de estas promociones inmobiliarias nos explica el mayúsculo empacho constructivo al que hemos sometido al territorio. Pero cuando se analizan uno por uno los casos, cuando se comprueba la manera en que se llegaron a proponer, aprobar y edificar muchos de estos conjuntos residenciales, nos cercioramos de que no pocos se construían ya a sabiendas de que esas viviendas nunca podrían ser no ya ocupadas, sino siquiera acabadas.

Es entonces cuando se hace evidente la obscenidad de un sistema de construcción del territorio en realidad bien engrasado únicamente para servir a unos intereses de parte y nunca colectivos, para proveer beneficios a pocos generando perjuicios a muchos. Es decir, todo lo que el buen urbanismo, aquel que queremos pensar que aún es posible definir como el arte de hacer ciudad, debería haber evitado.