XMxucho me temo que sólo haya sido un sueño, un largo y enriquecedor sueño lleno de creatividad y de poesía, de desarrollo y de espíritu emprendedor, de descubrimientos y de avances científicos y técnicos, de pensamientos capaces de cambiar el mundo varias veces, de inquietudes y desasosiegos siempre vencidos por un nuevo ímpetu creador.

Un largo sueño de quinientos años envuelto en humo, roto por el capricho de una nueva sociedad débil, fofa, complacida en su prosperidad y atemorizada de su propia capacidad.

Hace quinientos años llegó a Europa el tabaco. Su aroma, su sabor, sus propiedades, relajantes y estimulantes a un tiempo, los paraísos perdidos a los que debió transportar a los primeros fumadores, cautivaron al mundo y éste, curiosamente, echó a andar.

A otros recién llegados, como el tomate o la patata, les costó siglo y medio conquistar un sitio en Europa. Al tabaco no. Desde muy pronto fue elevado al rango de exquisitez propia de ambientes distinguidos, elegantes, creativos y cultos. Su llegada al continente coincidió, qué casualidad, con el final de una Edad Media oscurantista y supersticiosa y el inicio de un nuevo pensamiento que, además de cambiar el mundo, puso al Hombre en su centro. El mismo Hombre que, analizando su propia existencia a golpes de enciclopedia, filosofía y literatura, volvió a cambiarlo un tiempo después. El mismo que, pocos años más tarde, se lanzó de cabeza al río de la existencia, del conocimiento, de la ciencia, siempre de la mano de la literatura, de la pintura, de la filosofía...

El humo del tabaco, entonces, no parecía cegar los ojos ni el entendimiento.

Los excesos de algunos tarados (no fumadores, por cierto) sumieron al mundo, durante casi cien años, en el horror, la destrucción y la muerte. De sus ruinas nacieron hombres nuevos que parecen haber enfocado el futuro sólo hacia el bienestar económico. Hasta la salud se estimula por lo que cuesta su cuidado. Hasta el arte, en todas sus formas, ha pasado a ser inversión comercial. Se acabó la imperfección humana, por muy creativa que hubiera sido. De pensar ya hemos hablado bastante.

El Hombre ya no quiere ser Hombre. Ahora sólo aspira a ser cuerpo. Sano, limpio, fuerte, hermoso y lo más eterno posible. Por eso tiene miedo, mucho miedo.

Sobre el miedo a nuevas guerras se une Europa, no sobre la esperanza y la confianza en su capacidad.

Sobre el miedo a la pobreza propia, que no a la ajena, se globaliza la economía: los ricos saben cómo proteger su prosperidad. Los pobres son, ya se sabe, bultos sospechosos.

Sobre el miedo a esa enfermedad que, entre otras, utiliza la vía sexual para propagarse, se atenaza, se anatematiza, se amordaza el sexo, motor del placer ¡y de la vida!

Sobre el miedo a la muerte, se condena. El primero en la lista, el tabaco, pero vienen otros detrás: el alcohol, la sal, la grasa... ¿Conseguiremos la eternidad? Lo dudo. Sobre todo porque ese miedo no impide construir nuevas armas, nuevas bombas, centrales nucleares, fábricas contaminantes, refinerías petrolíferas, electrodomésticos y toda una retahíla enorme de asesinos reales del entorno, de la capa de ozono, de nuestra casa y de nuestro futuro. Cosas de ricos...

El nuevo Hombre está muerto de miedo. Muy sano, eso sí, pero muerto. Y mucho me temo que esta sociedad, tan fofa, débil y mediocre como sus líderes, vaya adentrándose, con toda corrección, por supuesto, en un nuevo periodo oscuro, temeroso y plagado de supersticiones. No sé si sano, pero sí hipocondríaco. Y necio, no hay más que verlo.

Mi última esperanza es que la privación, una vez más, estimule la inteligencia. Por lo pronto, hay algo seguro: el muermo.

*Profesor