A veces hay que perder poder para ganar autoridad. Y aunque esto resulte duro para el líder, la nave acabará naufragando si quien ocupa el puente de mando no cede su puesto al resto de la tripulación. "Autoridad" viene del latín "augere", que significa "hacer creer", "tener credibilidad", y en las aguas convulsas de un PP casi ahogado antes de su Congreso Nacional, parecía que algunos tripulantes del barco como San Gil o Aguirre habían dejado de creer en Rajoy . Por momentos, el timón giraba sin sentido y rumbo fijo.

Para tener credibilidad hay que albergar convicciones profundas, algo que según los más críticos ha perdido un timonel atribulado por la reciente derrota electoral. Celos personales y confianzas quebradas van tejiendo el eco de una rebelión a bordo que, aparentemente, ha sido calmada por el último congreso, donde Rajoy ha confirmado su liderazgo. Pero lo celebrado en Valencia suena más a mascarada que a sincera cauterización de heridas; a pacto entre la baronía regional más que a verdadera unión de criterios y proyectos. Pese a lo que pudiera parecer ahora, no veo tanto a Rajoy como un líder firme sino como un regente consensuado.

X¿PERO CUALESx son los mimbres de la autoridad, cómo surge, se desarrolla y consolida? Quizá la encrucijada por la que atraviesa el primer partido de la oposición sea un buen laboratorio para observar cómo funcionan las organizaciones humanas en tiempos de crisis. Porque es la crisis, "ese jardín de senderos que se bifurcan" según Borges , la que actúa como escenario sobre el que se representa el teatro de la autoridad. En tiempos críticos suele caer un líder para surgir otro, pues la crisis es un destello que dibuja caminos dispares de concreción incierta. Y el que acaba conquistando la autoridad es aquel que apuesta por un sendero difícil, apenas transitado, imposible casi. Mantener el rumbo hacia esa azarosa ruta exige que la audacia no degenere en temeridad, que la fortaleza no provoque intransigencia y que la flexibilidad no bascule hacia la indefinición. Sólo una mezcla de prudencia y audacia puede anclar la nave en lugar seguro a pesar del vendaval.

El dilema del PP reproduce a pequeña escala la encrucijada de una España a la que se le ha agotado el espíritu de la transición; una España donde los nacionalismos --tan determinantes en Madrid gracias a una ley electoral injusta-- conculcan en ocasiones la libertad e igualdad del ciudadano en los territorios que gobiernan; una España donde la colusión de las funciones públicas con los intereses privados, la confusa separación de poderes o las vergonzosas ambigüedades políticas en la lucha contra ETA --entre otros muchos desajustes-- solicitan a gritos una auténtica regeneración democrática. Pero una regeneración con mayúsculas y sin ambages, que deje de ser un mero artificio electoralista para convertirse en mascarón de proa del nuevo barco. He aquí el camino a elegir, el sendero preferible entre las bifurcaciones, la convicción necesaria para ilusionar.

Consciente de que la esperanza es el otro pilar de la autoridad, Juan Costa dijo hace unos meses que Rajoy no ilusiona. Pero en una sociedad de masas, puramente mediática como la actual, no vale tanto la ilusión cuanto el ilusionismo. Cuando la apariencia se convierte en única evidencia, gracias a las fachadas que levantan los medios, vale más tener una buena imagen para seducir que un buen discurso para convencer. Entre otras cosas porque hoy se convence seduciendo con eslóganes, frases cortas y destellos que nada tienen que ver con los elaborados discursos de antaño. En la Segunda República, los mítines se daban en los teatros; ahora invaden plazas de toros donde aplaudimos las ocurrencias que después copan los telediarios.

Y es que hoy las fachadas priman sobre el fondo, los politonos sobre las partituras. Por eso nada tenía que hacer la niña de Rajoy frente al buenas noches y buena suerte de un Zapatero pletórico en aquel segundo debate que desarboló las expectativas/esperanzas populares. Todo ello confirmó que, en unas oposiciones televisivas y televisadas, los animales mediáticos suelen ganar a los registradores de la propiedad. Y para colmo de males, los medios que antes apoyaban al líder del PP hoy son sus máximos críticos, mientras que los antiguos detractores ahora no lo ven con malos ojos. El ir y venir de las portadas, las tertulias y los debates televisivos convierten al héroe en villano y viceversa, en un mundo donde la percepción induce a la acción, donde la imagen genera opiniones que cristalizan después en votos.

La contundente derrota electoral del 9-M y la hostilidad generalizada del entorno mediático hacen de Rajoy un líder cuestionado, a pesar de la aparente victoria en su último órdago congresual. Bajo este manso oleaje puede estar incubándose un maremoto de insospechadas consecuencias. ¿Será Rajoy el candidato en las próximas elecciones generales? Y, en caso negativo, ¿quién podría ocupar su puesto?

Probablemente el nuevo timonel esté oculto bajo esta calma chicha , como Descartes en el París de 1625, cuando amenazado por la intransigencia de las autoridades francesas decidió aparcar la publicación de sus revolucionarios pensamientos. Larvatus Prodeo fue el lema cartesiano a partir de ese momento, avanzo enmascarado para evitar que la novedad sea aplastada por la intolerancia de los reaccionarios.

Aguardando entre las bambalinas de lo incierto puede hallarse el futuro sucesor de Rajoy, siguiendo aquella máxima de Descartes donde prudencia y audacia tejen los mimbres de la autoridad.

*Profesor de Historia Contemporánea.