TSton muchas las veces en que pude conversar con mis abuelos en la típica mesa de camilla, con el brasero de picón como único testigo entre ambos, y mucho lo que pude aprender en esos momentos que ya no volverán.

Recuerdo cómo para su generación la palabra y el estrechar la mano eran irrevocables, y lo comparo con una situación política donde ciertas conductas no serían comprendidas por esa generación.

Hemos visto como a nivel nacional, el señor Rivera ha ido cambiando de opinión sobre el apoyo a cualquier candidato a golpe de encuesta electoral, o como el señor Sánchez se reunía en secreto (descubierto) con Ciudadanos, mientras su equipo lo hacía con todas las demás fuerzas de izquierda en la sala de enfrente, asegurando ser sus únicos interlocutores.

Si no fuera suficiente, una vez alcanzado el pacto con Ciudadanos, pudimos ver cómo el mismo variaba en función de la fuerza a la que se le presentaba. Ni siquiera lo firmado permanece ya invariable.

Tampoco la palabra vale en Extremadura para algunos. Quien aquí ha negociado extremos prioritarios para el PP y, con ello, ha conseguido que no presentáramos enmienda a la totalidad a los presupuestos ni apoyáramos la de Podemos, es el mismo que en Madrid dice que "quien se arrima al PP se quema", pero no es capaz de posicionarse en contra de pactar con un partido que apoya expresamente a un terrorista condenado (Arnaldo Otegi ).

No debería extrañarnos de alguien que ponía "la mano en el fuego" por la exalcaldesa de Plasencia, en la cárcel, que apoya incondicionalmente a la hasta ahora presidenta del PSOE extremeño condenada por prevaricación, o al exalcalde de Monterrubio, a la exalcaldesa de Aliseda, y que fue incapaz de decir una palabra más alta que otra en torno al escándalo Feval.

La política tiene que recuperar el respeto, la lealtad y la responsabilidad. Pero tiene que hacerlo ante aquellos que lo demuestran, como lo ha demostrado el PP extremeño en el proceso de negociación, que aún sigue, de los presupuestos. Y tiene que quedar a un lado frente a quienes son condenados por la justicia.

Si ni la palabra, ni lo firmado, ni siquiera ya las sentencias judiciales son respetadas, mucho me temo que nuestra generación transmitirá algo muy negativo a las venideras. Me niego a que así sea.