Fue André Gide el que, preguntado por quién consideraba el más grande poeta francés, contestó: Víctor Hugo, hélas! Siempre me sobró el despectivo adverbio, con el cual Gide intentaba tal vez hacerse perdonar la obviedad, porque siempre he adorado al sublime Hugo y no tanto en sus poemas, que también, sino sobre todo en sus novelas tan llenas de épica, poesía y pasiones. Quien no haya recorrido las alcantarillas de París con Jean Valjean o no haya asistido al amor abnegado de Quasimodo por Esmeralda, desmesurado, terrible y desgraciado, no sabe seguramente qué es la literatura grandiosa y eterna. Pero eso no supone por desgracia hoy en día casi nada. Sin embargo, el mundo entero conoce la catedral que se salvó milagrosamente ayer en el corazón mismo de la eterna corte de los Milagros.

Está ardiendo Notre Dâme, y se ha caído la aguja central, me dijo mi hijo impresionado en algún momento de lo que se prometía una tarde feliz de lunes santo. Justo el momento de contemplar las espantosas imágenes como un enorme collage de catástrofe satánica, entre el aquelarre del Ku Kux Klan y las pesadillas de las torres gemelas, se me aparecieron en la mente los peores presagios del terrorismo islámico padecido en París y en todos los múltiples corazones del occidente cristiano que se ha demostrado que late con un mismo compás. Luego recordé el vuelo de las estatuas escoltadas por las gárgolas en el cielo de París, camino de la restauración, y las noticias confirmaron que un techo de madera del siglo XIX, y unos riesgos insuficientemente evaluados eran la causa de la desgracia, y afortunadamente no otra vez el terrorismo.

La catedral del corazón cristiano de París se libró del abandono hace dos siglos gracias a Hugo y lo hará ahora del fuego gracias a Dios. La herida no terminará nunca de cicatrizar, pero yo prefiero quedarme con la cadena humana que salvó las obras de arte y sobre todo con la actitud heroica de quienes, ya sea cantando la Marsellesa, ya sea entonando el Ave María, nos llevan dadas unas cuantas lecciones sublimes en la desgracia.