Somos matemáticas, quién iba a decirlo. Toda la vida dedicada a las letras para acabar dándome cuenta de que al final no hay más que números.

Al principio fue el Verbo, sí, pero enseguida nos convertimos en conjuntos, eso tan antiguo, en diagramas, probabilidades, o simplemente sumas, restas, divisiones y multiplicaciones.

Algunos somos seres tridimensionales. Este verano, sin ir más lejos, yo me he puesto cilíndrica. Ya llegarán los buenos propósitos que limarán nuestras aristas y nos dejarán en los huesos, puro nervio, sin volumen. O no, pero mientras tanto por aquí andamos mezclados los cilindros con las pirámides esbeltas, los simples cubos, la magia de los prismas y los octaedros, perdidos en un mar de vértices y aristas, áreas complicadas de los sólidos platónicos.

Menos mal que existen las esferas maternales y acogedoras, las burbujas donde podemos escondernos de tanto ángulo suelto.

Yo casi prefiero ser tridimensional a ser cuadrada o triangular. Me gustan más las personas que pueden montarse y desmontarse en una clase de párvulos, adoptar formas diferentes, adquirir su esplendor en las manos de un niño.

Me resulta mucho más aburrido alguien cuadrado, de ángulos rectos insalvables. Y no digamos ya de los obtusos. O de los agudos.

Prefiero perderme en la magia de los vértices. O en la simplicidad de un cubo y no de un googológono que suena a animal mitológico descabezado y furioso.

Pero no hablábamos de mitología, sino de matemáticas y personas. De hipotenusas y catetos, de paralepípedos y chiliágonos, de recovecos donde se esconden las malas intenciones como en los triángulos obtusángulos, de planos infinitos donde también se muestra la bondad humana.

Somos puro Pitágoras, justa medida. Lo que ganamos, lo que hemos crecido, nuestro peso, nuestros amores y decepciones, la bisectriz que nos divide y la tangente imposible.

Todo puede contarse, hasta aquellos conjuntos vacíos que tanta angustia nos causaban en la infancia, el número de obtusos, las mentes cuadradas.

Todo puede resolverse, basta con encontrar la equis y despejar lo accesorio. Somos matemáticas, sí. Parece simple vivir. Solo que la vida es de letras, y suma y resta, multiplica y divide y se ríe de su propio caos, sin atenerse a las normas.