TEtstos días, los periódicos han rememorado el 11-S, de 2001, mientras ardían los teletipos, con una catarata de fotos espeluznantes, sobre la destrucción y muerte que hubo de sufrir EEUU, sobre el horror producido por el fanatismo terrorista. Pero no he leído nada sobre las conclusiones de tal hecho. Yo sí lo hice, eran lecciones que afloraban al instante: Cuando, por ejemplo, ardían como antorchas las torres neoyorkinas, el orgullo de USA bajaba a los infiernos, mientras latía aquello de: "torres más altas han caído". Cuando a Bush le dice su jefe de gabinete: America is Ander attack (Están atacando a EEUU), no monta en cólera, ante el choque brutal de la noticia, sino que sigue leyendo a los niños, de una escuela de Sarasota, el cuento Mi amiga la cabra ; así embridaba sus sentimientos sin asustar a los escolares. Cuando aullaban las sirenas y el espanto se derramaba por doquier, alguien estaba ayudando a un ser anónimo, caído en la acera. Cuando aún golpeaba el recuerdo y estaba en carne viva el sufrimiento, se escribían libros aliviando heridas, dulcificando pesares y poniendo el hombro a cuantos yacían al borde de la desesperación, o alentando a huérfanos y viudas. Cuando se impartían conferencias iluminando la negrura del drama, o se recordaban gestas que eran ejemplos para los que caían en la desesperación. Cuando se producían heroicidades anónimas, por el sólo hecho de ayudar al prójimo, descollando tipos como el alcalde Rudy Giuliani , o esos más de 300 bomberos, abatidos por su patria. Cuando todavía había sangre y pesadumbre en la Zona Cero se creaban instituciones solidarias y clubes patrióticos, o se reunían las personas con tragedias comunes no para lamerse las heridas, sino tratando de hallar un rayo de luz. Cuando muchos eran víctimas de la más honda ansiedad, no faltaban quien mirara más arriba de las torres, rezando. Cuando, tantas veces, muchos, vieron dónde estaba el verdadero valor de las cosas, mientras juraban no preocuparse de naderías, si salían de tan duro atolladero. Cuando la suerte cayó en alguien sin haber sucumbido, se haría esta pregunta trascendente: ¿Y por qué yo sí, y otros no? . Y, en síntesis, cuando los dos aviones asesinos impactaban en el Wolf Trade Center, el mundo se daba cuenta de que USA dejaba al descubierto la enorme fragilidad de su poderío militar, mientras causaba en todo el planeta el revulsivo estremecedor de que nada ni nadie tiene todos los flancos a salvo de adversidades, ataques y traiciones. ¡Cuántas tragedias se hubieran evitado si, una vez ocurridas, se hubieran extraído las conclusiones pertinentes, poniéndolas en práctica! La II Guerra Mundial no hubiera ocurrido, si, tras la derrota de los Imperios Centrales, los Aliados hubieran sido menos altivos y más generosos. Si no hubiera habido tantas paces impuestas, ni tantas provocaciones gratuitas, ni tantas guerras tras el oro y el petróleo, otro hubiera sido el discurrir de la Historia-