La cuarta vía». Es el nombre que Peter Mandelson dio a la política de izquierda que está aplicando en Portugal el premier Antonio Costa. No es poca cosa: Mandelson fue ni más ni menos que el ideólogo del nuevo laboralismo (la llamada «tercera vía»), que devolvió el poder al socialismo británico tras el largo período en el trono de la «dama de hierro» Thatcher y su delfín Major (que veraneaba, por cierto, en Candeleda, Ávila).

Mandelson trataba de poner el foco sobre el éxito de un gobierno socialista en una Europa que había rehuido de los gobiernos de izquierda tras el 2008. Una de las catástrofes del progresismo continental en los últimos años ha sido su incapacidad de respuesta ante la crisis: por un lado, sus políticas de gasto se mostraron inútiles ante el creciente desempleo y agujerearon aún más las cuentas públicas. Por otro, fueron señalados como parte del grupo de culpables, incapaces de canalizar el descontento social y desconectados de la base ideológica que les había conducido al poder. Lo que, además, sirvió de punto de partida para los movimientos populistas, ampliamente asentados ya en toda Europa (sin discriminación ideológica, ocupando sin complejos sitios en izquierda y derecha. Siempre en el extremo, eso sí. Por si hubiera dudas).

No ocurrió únicamente en España con la salida de Zapatero de Moncloa. Francia e Italia, por ejemplo, vivieron procesos similares.

Más allá de etiquetas, el centro izquierda portugués capitaneado por Costa ha logrado dar la vuelta a una complicadísima situación económica del país, que a finales de 2014 vivía altísimas cotas de descontento social y sufría ante la reversión de los estándares de protección social alcanzados tras la entrada en la Unión Europea. Cuatro años escasos después, Portugal encara el 2019 con una tasa del 6,7% de paro y la posibilidad de tener controlado su déficit público.

Es decir, exactamente lo que prometió Costa a los portugueses. Su conjura era la reversión de las medidas de austeridad impuestas en el rescate del país, pero sin descontrolar el gasto público. Lo que intuitivamente podríamos considerar casi contradictorio. Medidas como la recuperación de las jornadas de 35 horas semanales (se había elevado a 40), la devolución de las vacaciones a funcionarios o la elevación del salario mínimo, le han granjeado un enorme apoyo y popularidad en el país vecino. Es fácil anticipar un nuevo triunfo electoral que permita un segundo mandato.

Todo esto, claro, convierte a Costa en candidato a héroe para las izquierdas de toda Europa. Les ha mostrado el camino para revertir la austeridad pero con disciplina fiscal. Un milagro (portugués). Pero ¿es realmente así?

Es cierto que se ha producido una inercia económica positiva, pero existe cierto consenso (incluso dentro de Portugal) sobre que las políticas aplicadas se han visto extraordinariamente favorecidas por circunstancias coyunturales. Señalemos cuatro: los bajos costes de financiación por la extensión de la política expansiva del Banco Central Europeo, el incremento del turismo debido a la huida de los países árabes y del eje Grecia-Turquía, la progresiva depreciación de euro que ha apoyado sus exportaciones, y la rápida recuperación de España, que ha espoleado el gasto y la inversión hacia Portugal. Ninguno de estos factores, a cambio, tiene pinta de ser estable en el tiempo.

No es que se haya tirado un farol, pero digamos que Costa ha jugado extraordinariamente bien sus cartas económicas. Por supuesto que ha tomado medidas sensatas (entre ellas, la reducción de impuestos), solo que es innegable que se ha visto extraordinariamente beneficiado por un viento de cola que no nace de sus políticas. El retroceso de la austeridad es más mito que realidad.

Hay algunas valiosas lecciones en el caso «portugués». Aunque ningún candidato se atreve a mencionarlo, la interconexión de las economías a nivel global condicionará enormemente el estado de la nuestra. Y, sobre todo, lanzarse a una carrera de gasto público (incluso en aquellos países que tengan moneda propia) supondrá que alguien, más temprano que tarde, tendrá que ajustar y pagar esos excesos.

Ocurre que veremos de nuevo por aquí a los apóstoles del crecimiento a través del gasto público, «reinventando» la economía. No se fíen, no hay muchos milagros. Al menos, de los de verdad.

*Abogado. Especialista en finanzas.