TLtos lectores del País de las aceitunas es un libro de Christine Aziz que fabula sobre un mundo situado en el año 2300, donde se ha desterrado la lectura y cualquier práctica cultural ajena a la productividad y el consumismo. Es de esa clase de libros, como Farhenheit 451 de Ray Bradbury, que plantean una utopía lejana (¿?) en que la sociedad aprende unos patrones de vida donde la lectura aporta poco, y por eso -sin que haga falta un gobierno totalitario que la prohíba- entra inevitablemente en declive, igual que los aparatos viejos, y muere, justamente, de "desuso", de "inanición".

A tenor de los pobres resultados del Informe Pisa para muchos países, se puede decir que éstos no necesitan del año 2300 para entrar ya en esta "pendiente". La paradoja está en que nunca han circulado más "libros" ni más "información" ni más "escritores" que ahora. Claro está que este "solapamiento" no ayuda mucho a comprender la cuestión: la lectura no es exactamente ninguna de estas cosas. La prueba está en que el aumento exponencial de la capacidad de información -desde la era del manuscrito a la de internet- no ha supuesto automáticamente que haya mejorado la comprensión de nuestro mundo para todos los ciudadanos. Y es que la lectura --y la escritura, no se olvide-- es una práctica social que involucra varios de estos mundos (desde la escuela a la industria cultural, desde la biblioteca a la creación) pero sin que deba tener como eje exclusivo el escritor, el libro o la biblioteca; de haber alguno, éste debería ser más bien el lector , el escolar , el ciudadano que se apropia de los textos o mensajes, vengan de donde vengan.

Para ello, la educación es un buen "puesto de aprovisionamiento", pues los profesores --y otros mediadores-- pueden "entrenar" a lectores no erráticos ni surgidos, como en la obra de Shakespeare, del "sueño de una noche de verano", sino formarles sistemáticamente en las habilidades que demanda el Informe Pisa, como "extrapolar" y "reflexionar" sobre lo que han leído, o saber escribir y argumentar adecuadamente. Justo lo que necesitan para entender nuestro mundo y ser innovadores y críticos.

Aumentar la competencia lectora , en todo caso, no es sólo un problema técnico que puedan resolver unos pocos profesionales avezados. Tampoco debe limitarse a saber cómo sacar el mejor partido ante una página de un libro o un periódico: de hecho, la oralidad , la escritura , la lectura convencional pero también el saber leer mensajes audiovisuales y por supuesto hipertextuales , son como herramientas de un mismo "kit" de comunicación. Es más: las prácticas de lectura y escritura en Internet, aunque parezcan caóticas, nos están enseñando algunos caminos de futuro: así, las TIC parten de lo individual, pero están creando nuevas formas de participación, como la escritura colaborativa, o de "bricolaje", como los blogs.

Si seguimos pensando sólo en las formas clásicas de la lectura individual, silenciosa, recluida a un espacio acotado, desaprovechamos de la práctica de la lectura todo el poder socializador de compartir, de entenderse, de imaginar, de crear empatías y valores (la lectura como fiesta , en expresión de Laín Entralgo). No ayudamos a que surja lo que Roger Chartier llama la "emergencia de la conciencia", algo estrechamente ligado, claro, a la lectura y la escritura. Sin nada de todo esto, los alumnos, al leer, apenas si "rayan" la superficie de los textos, se "pierden" un patrimonio inmenso, y son fáciles presas de la manipulación y la desinformación. De ahí que la educación en lectura sea tan importante, en cualquier edad , o que la educación literaria , por las razones expuestas, deba asumir un papel preferente en la formación de los ciudadanos del futuro. Como la Matilda de R. Dahl o como los "insurgentes" de los libros citados, la alternativa es cultivar una lectura disidente y rehumanizadora del mundo que nos ha tocado vivir.

¿Cómo? Usando bien y sin alharacas los recursos de que se dispone cada día: profesores, padres, mediadores, instituciones-y acompañando nuestras actuaciones de los interrogantes más oportunos, que, a nuestro juicio, no son sólo qué, cómo o dónde leemos/escribimos, sino para qué, qué sentido colectivo tienen tales prácticas. Los griegos le llamaban a esta educación integral "paideia": hoy tiene un nombre más simple, enlazar las Humanidades con la nueva cultura tecnológica (en este caso, con las "tecnologías de la palabra", W. Ong), como derecho del ciudadano a alcanzar las máximas capacidades -por qué no- a la hora de leer y escribir. En eso al menos estamos poniendo nuestro grano de arena desde la Universidad.

*Coordinador del Seminario de Lectura de la Universidad de Extremadura