INDIGNADOS

Sin legitimidad

María Serra Gómez

Correo electrónico

Los llamados indignados han perdido la legitimidad que podían haber ganado en algún otro momento con los disturbios ante el Parlamento catalán y nos han demostrado que no apoyan la libertad. Pobres los que no podemos instalarnos en la calle o los que tenemos una opinión diferente. Tenemos miedo a decirla porque no nos la respetan, nos pueden apalear, abuchear e insultar con todas nuestras familias. ¿Mejoraremos? ¿Seremos más libres?

COMBATE

Humo en el cuadrilátero

Marcos González Sedano

Correo electrónico

Nos tenían en el cuadrilátero de un local donde el humo nos impedía ver al adversario, al enemigo. Aunque a veces la luz también produce ceguera. Estábamos arrinconados, con la guardia bajada, hundida. Recibiendo golpes con un guante de seda que daba paso a otro de mercurio, en una sucesión de directos, de crochet, de ganchos, de swing, que nos hacían besar una y otra vez la lona. Noqueados, desde nuestra propia torre de marfil, sentimos un rayo de luz. Alguien entre el público, un amigo, un topo, abrió una grieta en el muro. El aire fresco entró en nuestros pulmones, rompimos los límites del ring y salimos a la calle. Este combate desigual y amañado, con unos árbitros vendidos, se convierte en un juicio a las élites, a su avaricia, y a nuestra complacencia. Un decálogo de golpes entra en nuestras manos desnudas, manchadas, y el adversario, el enemigo, empieza a oír cómo llamamos a su puerta. Este combate será, porque ya lo es, largo y cruel. No tendrá fronteras de estados-nación, ni razas, ni religión aunque se empeñen en convertirlos en actores de primer orden. Nos harán dudar y dudaremos de nosotros mismos, nada nuevo. Tendremos miedo porque nosotros sí somos humanos. Nos perderemos en el camino y volveremos a las plazas, a seguir fajándonos asalto tras asalto.

Cada uno de nosotros será una micra de fibra en cada uno de los guantes. Y, si nos ganan el combate, habremos aprendido para el próximo. Ese será nuestro legado. Nosotros, poco o nada tenemos que perder y sí un mundo nuevo que construir. Ellos, todos sus privilegios. Nos vemos el 19 de junio en las calles.

LOS LIBROS SIEMPRE VUELVEN

Y usted ¿a qué hora lee?

María Francisca Ruano

Cáceres

En el aluvión creciente de encuestas que se hacen, deshacen, y en la cascada de repuestas e informaciones sobre lo que crece la hierba de noche o los libros de leche que da una vaca escuchando a Mozart en su establo, entre lo que es políticamente correcto saber y lo que ignoraremos siempre sobre todo de nosotros mismos, todavía nadie me detuvo en una noche de luna llena para hacerme una pregunta como esta o parecida. A usted, sí, y usted, ¿a qué hora lee?

Es decir, cómo llegó a conocer la historia de la Historia, los versos de los poetas, la ciencia de los científicos y naturalistas, el arte del teatro, la literatura de las novelas, el verbo de los clásicos, las diferencias entre griegos y romanos, árabes y celtas, los ensayos de los psiquiatras, las meditaciones de los filósofos, la ética, los crímenes de los dictadores, la libertad de las democracias, y sus nombres y sus épocas y sus países... Cuándo, a qué edad, dónde dejaba el libro mientras lo leía, quién se lo regaló y cómo ponía sus diez dedos para abrirlo por la hoja señalada. Al día siguiente.

Los libros son como las nubes aunque esté el cielo azul: volverán siempre. Los libros esperan, como los mejores perros que haya habido en una casa, suenan como la música, se tocan como tocamos los hombres y las mujeres, se miran, se desean, se tienen, se olvidan, se dejan, se precisan, están en la cama, en la cocina, en la playa, cantan como los boleros o las tragedias humanas, hacen sentir y mucho más, pensar. Pensar es razonar. Tras las razones, llegan las ideas y trascienden. Después podemos salir a la calle más tranquilos y regresar confiados. Somos suyos porque lo son nuestros. Pero, el caso es que hay que responder a esa cuestión. ¿A qué hora se lee...? Es una interpelación y una interrogante con azúcar y miel. Como entornar el visillo de una pastelería, y, de buenas a primeras, señalar lo que ya preferíamos en la infancia.