Escritor

Hace unos meses, en Santander, tuve un feliz encuentro fortuito en el vestíbulo del hotel donde me alojaba con el escritor argentino en lengua inglesa Alberto Manguel. Estaba allí sentado esperando a alguien cuando le vi pasar. Uno, tímido hasta lo enfermizo, por una vez no pudo reprimir el impulso. Le saludé y antes que nada le dije que me consideraba un lector suyo; un devoto lector, debí añadir. Su maravilloso libro Una historia de la lectura merecería un hueco en cualquier programa de literatura de bachillerato. Nadie que ame los libros se debería morir sin haberlo leído. Cuando le dije que coordinaba un plan de fomento de la lectura me preguntó si tenía prisa y, apenas le dije que no, me propuso que nos sentáramos un rato porque quería contarme algo. Me habló entonces del Festival de la Primera Novela de Chambéry en Francia, una manera muy democrática de leer, alejada de lo que vienen siendo los premios literarios. Cada año se seleccionan 17 primeras novelas. La selección es realizada por distintos comités de lectura: de los clubes de lectura de las bibliotecas, de los centros educativos, de las parroquias, etcétera. Una vez elegidas no sólo se leen y se comentan entre los lectores que forman esos comités ciudadanos sino que los autores son invitados a compartir con ellos esas lecturas. Al final, por votación popular se elige la mejor primera novela del año en Francia.

Sylvie Gouttebaron, la directora del festival, dice que "es todo salvo un premio". Aunque en cada edición son elegidos sólo 17 de entre 178, ningún autor pasa delante de otro y todos son invitados en las mismas condiciones. Cada cual se distingue sólo por su obra. Lo más importante, en todo caso, es el encuentro cara a cara del autor con sus lectores. Además, lo que les interesa a los lectores de Chambéry, dice la directora, es descubrir nuevas formas, nuevas historias, ver cómo el mundo aparece bajo nuevas plumas. En resumidas cuentas, "leer como se lee para vivir". No es ésta una mala frase para resumir el espíritu de ese premio que, ya se dijo, es mucho más que un premio.

La iniciativa de esta ciudad de la Saboya francesa se ha extendido, y está bien que así sea. Hace unos días se daba cuenta en la prensa española de un galardón similar instituido en Nápoles. También aquí son los lectores de a pie, los verdaderos lectores, los que sólo leen por placer, a los que no mediatiza casi nada (en las encuestas del Gremio de Editores se constata que la referencia para decidir la compra de un libro suele estar en mano del consejo de un amigo, el método "boca a boca", y en la del librero, a años luz de la opinión de los críticos), quienes deciden qué libros leer y a cuál premiar. En el caso napolitano no se juzgan primeras novelas, ni siquiera se tiene en cuenta que sus autores sean italianos. El grado de cosmopolitismo, la nota distintiva o el arco de la muestra lo pone cada cual. Lo verdaderamente importante es, a mi modo de ver, el protagonismo absoluto que cobra el lector y, más allá, lo interesante que suele resultar para éste el diálogo con el autor, una práctica que algunos venimos defendiendo con la dulce obstinación que nace del convencimiento. Extremadura, algún pueblo o ciudad de Extremadura, debería plantearse poner en marcha alguna experiencia de este tipo. Creo que ya estamos preparados para ello. Sería un apasionante paso adelante para el fomento civil y democrático de la lectura.