El legado político que el presidente George W. Bush deja a su sucesor constituye un compendio insólito de errores, decadencia y quiebra económica. La primera tarea del candidato que venza en las elecciones del próximo martes --ya sea el republicano John McCain o el demócrata Barak Obama-- no podrá ser otra que taponar las principales vías de agua y capitalizar la esperanza que suele acompañar el relevo al frente de la Casa Blanca.

Unicamente después de desenredar la madeja podrá ocuparse de ajustar el papel de Estados Unidos en el mundo a la necesidad ineludible de mejorar los estándares de seguridad en el sistema de relaciones internacionales, de contar de nuevo con los aliados, de restablecer la confianza en las instituciones económicas y de comprometerse en la protección del medio ambiente.

Nada de esto ha hecho George Bush en sus ocho años de mandato. El presidente que pudo administrar la extraordinaria cuota de simpatía y solidaridad de que disfrutó Estados Unidos después de los trágicos atentados del 11 de septiembre, dejó este capital político en manos de los apóstoles ´neocon´, que lo manejaron de la peor manera posible. Parapetados en la soberbia de sus convicciones, prefirieron la guerra preventiva y el unilateralismo al ultranza, que deshilachó la nueva red de complicidades tejida a medias al final de la guerra fría, mientras perseguían la democratización de Oriente Próximo a cañonazos y desoían a quienes vaticinaban la gran catástrofe que se avecinaba.

Es difícil encontrar en el largo elenco de inquilinos de la Casa Blanca uno menos dotado que Bush para la prospectiva y el análisis de futuro. Si se debe a su falta de preparación o a su tendencia al sectarismo, importa menos que las consecuencias derivadas de su actitud.

El mundo es hoy más inestable y más inseguro que hace ocho años, la invasión de Irak ha sido un factor determinante en la dislocación, entre otros, del mercado energético, el déficit exterior de Estados Unidos es ingobernable y el infarto de Wall Street ha obligado a practicar una insólita operación a corazón abierto en las finanzas internacionales.

Pero acaso lo peor de todo cuanto George Bush deja a su sucesor es la falta de previsión para afrontar los retos inmediatos asociados a la aparición de potencias emergentes que demandan más influencia en la comunidad internacional, más energía, más alimentos y mayores cuotas en el comercio mundial.

Porque esta falta de realismo afectará sin duda a la recuperación de la crisis en curso, según coinciden en señalar nombres tan respetados como Paul Krugman y Joseph Stiglitz, a quienes el presidente norteamericano nunca prestó atención.