Nunca es tarde para debatir acerca de un tema que está a la orden del día y es de vital importancia: la eutanasia. Hace unas semanas, creo que el corazón de todos los españoles se sobrecogió al conocer el calvario que estaban sufriendo Ángel Hernández y María José Carrasco. Un día antes de que falleciera ella, su marido mostró con un vídeo el deterioro que había sufrido su esposa a causa de una esclerosis múltiple. El objetivo era enseñar lo que ocurre cuando una persona que padece una enfermedad degenerativa se retuerce de dolor y sufrimiento ante la imposibilidad de poder tener una muerte digna debido a la tardanza de la aprobación de la ley.

La imagen de María José postrada en esa camilla me estremeció y no he podido evitar entristecerme al recordar los oscuros momentos que yo viví hace casi un año y medio con un ser querido que tristemente ya no está aquí: mi tío, que durante casi tres meses y medio estuvo luchando contra un cáncer cerebral. El hecho de que María José me recuerde a él es debido al rápido deterioro que iba sufriendo cada día, de tener la capacidad de recordar muchas cosas a no recordar nada y a perder su propia identidad; de ser independiente a ser totalmente dependiente y, finalmente, de poder comer y hablar a apenas poder hacerlo.