La octava legislatura posfranquista se abrió ayer con la constitución del Congreso y el Senado. Los nuevos presidentes del Congreso, Manuel Marín, y del Senado, Javier Rojo, aludieron a que ambas cámaras protagonizarán estos próximos cuatro años unas reformas, reglamentaria y constitucional respectivamente. Pero sobre todo deberán albergar el replanteamiento de la forma de hacer política anunciado por Zapatero: que el poder legislativo recupere el papel central que perdió durante la mayoría absoluta del Partido Popular y que, en vez de los pactos bilaterales y opacos que han presidido los últimos años de nuestra vida pública, los partidos debatan abiertamente sus acuerdos y desacuerdos en los escenarios parlamentarios.

El próximo presidente del Gobierno prometió, en su primer encuentro con los componentes de su grupo parlamentario, que a partir de ahora el PSOE no debe buscar la manera de imponer su programa, sino recabar apoyos para llevarlo a la práctica y sumar aportaciones ajenas. Es otra buena actitud de partida. La legislatura arranca, pues, atendiendo al signo de los deseos de cambios que expresaron los electores cuando fueron a las urnas.