TNti todos los argentinos son el Papa Francisco ni son Cristina Fernández . Y aunque hayan inventado la palabra "escrache", no son los creadores ¡faltaría más! del acoso. La intimidación violenta ha sido patrimonio del ser humano desde Caín . Dicho lo cual, no me gustan en absoluto las dos lideresas protagonistas de la última polémica. Una es jefaza mandona muy hecha en los avatares de la política. Va o es, puedo admitirlo, de original y "echá palante". La he visto presumir de camuflarse de sindicalista para enterarse de lo que se cocía en el mundillo que tanto la contesta, cuyas protestas callejeras ha intentado a menudo desactivar prohibiéndolas o propiciando una acción policial contundente.

Cristina Cifuentes vale mucho, seguro, pero aparte de ciertas actuaciones, me molestan en lo más íntimo la mayoría de sus manifestaciones. Una de las últimas ha sido que la "encabronan" los casos de corrupción sobre todo de su propio partido. Parece pretender que se deduzca que al estar tan encabronada no está pringada. Cosa que estoy dispuesta a creer, pese a que podría expresarlo de modo más sutil y educado. Y es que los líderes políticos olvidan a menudo que, si quienes están al servicio no solo de sus votantes sino de todos los ciudadanos, se comportan como payasos, pierden autoridad, credibilidad y sobre todo respeto. Es imposible mantener el orden si a uno no le respetan.

Y para demostrarlo ahí esta la otra lideresa lenguaraz. Ada Colau , defensora de los desahuciados a fuerza de convertir su legítima indignación en griterío violento, preludio de otra clase de violencia, contra políticos y familia del Partido Popular. Ada Colau está que bufa porque Cristina Cifuentes la ha relacionado con los etarras. Ahora quiere querellarse cuando empezó a hacerse famosa por llamar "criminal", con toditas las letras, al representante de la Asociación española de la Banca, que por lo visto tiene menos derechos que ella. Va de buena pero no es más que otra justiciera en posesión de la verdad para la que el fin justifica los medios. ¡Qué peligro!