Periodista

Durante un viaje navideño, el atracón me atacó y, tras vomitar tres veces en una noche, acabé entrando en un avión mientras varios policías con ametralladora desconfiaban de mi sospechosa cara de enfermo sin afeitar y un guardia con guantes de látex auscultaba las inquietantes arrugas de mi ropa. Al tiempo que las arcadas jugaban con mi cuerpo, mi mujer me rogaba que pusiera cara de cacereño feliz no fuera a ser que las azafatas confundieran mi gesto de vomitona inminente con la de portador de un virus devastador y nos dejaran en tierra. Y allí estaba yo, intentando encontrar un pensamiento relajante, sólo uno, que me ayudara a superar la náusea. Cuando lo hallé, me aferré a él desesperadamente y así resistí las dos horas de vuelo sin arrojar la bilis y con ella, el prestigio, la compostura y ese aire mundano y cosmopolita que adoptamos los cacereños de toda la vida cuando nos cambian el autobús de Mirat por un reactor de British Airways . El pensamiento no era otro que subir a la Montaña.

Subir a la Montaña es desde hace algún tiempo la clave de mi bienestar, la esencia de mi sosiego y el surtidor fundamental de mis cotilleos. Fíjense, si no. El primer día de subida tras la Navidad nos juntamos la pandilla de felices escaladores y, entre cuesta y cuesta, cada uno expuso sus novedades. Las mías eran guarras y vomitivas. Las de otros amigos estaban llenas de luces madrileñas. Después comentamos la cabalgata de Reyes cacereña, que este año ha estado muy bien y ha servido para demostrar que con más imaginación que dinero se puede componer un espectáculo ingenioso, estético, animado y bonito. Y en esas andábamos cuando le tocó el turno a Fifí, que es algo así como la presidenta del club de los felices escaladores. Nuestra amiga ha pasado el fin de año en la costa de Almería en compañía de un grupo de curiosos personajes. Ha entablado bastante amistad con un madrileño llamado Miguel que, además de ser presidente de la sección española de Médicos sin frontera , es amigo íntimo de Thelma, la hermana médico de Letizia Ortiz.

Pues bien, resulta que el tal Miguel fue al cine el otro día con su amiga y cuando estaban en la cola recibieron una llamada telefónica. "¿Qué hacéis, vais al cine?... Esperadnos que vamos para allá. Nosotros sacamos las entradas desde el móvil". Efectivamente, al instante apareció Letizia. "Entremos que Felipe está aparcando". Cuando las luces de la sala estaban apagadas llegó Su Alteza. Presentaciones, saludos, la película y a la salida, las cuentas. Don Felipe dividió el precio de las entradas entre cuatro, pagaron a escote y se fueron a un chino . Miguel le contó a Fifí que el Príncipe no sabía que tomar y él le pidió unos rollitos de carne. También le confesó que lo vio enamoradísimo de Letizia y que se ve que ella maneja muy bien la situación. Pagaron de nuevo a escote y se despidieron cariñosamente.

Miguel, tras visitar varios países africanos con Médicos sin frontera , anuncia una inminente visita a Cáceres para probar la torta de Casar, el pueblo de Fifí... Habrá que invitarlo a subir a la Montaña y sonsacarle más secretos principescos.