TStorprende el clamor que sube de los centros escolares: "Los alumnos nos asustan; los padres los enfrentan con nosotros; se han perdido los valores; estamos indefensos, desprotegidos ante la sociedad".

No deseo buscar culpables, ni insistir en los vaivenes políticos sobre la enseñanza, ni debatir sobre concepto tan complejo como la educación en valores, ni preguntarme si un soldado en posición de firmes es más apto para aprender que sin botas ni correas, ni caer en el reducionismo de las causas del fracaso escolar, pero me preocupa esa demanda de severidad que requiere una parte el sector docente que parece haber concluido que el único camino para volver al redil y para que el árbol no se tuerza es el del palo. Yo no sé si este sector no ha hecho una autocrítica suficiente, si en él hay demasiada gente empeñada en ocupar el presente con las mañas del pasado, si la autoridad jerárquica se privilegia a la académica y si todo ello no está generando un correcionalismo cuya finalidad es devolver el miedo a su sitio: al pupitre. No me gustan los clamores ni la pedagogía de la letra con sangre entra, por mucho enseñante quejumbroso que la demande.

*Licenciado en Filología