TEtste bárbaro principio pedagógico se suele aplicar a las letras de los himnos, porque son el resultado de victorias y derrotas. Del "sangriento estandarte de la tiranía" y de esos soldados "que vienen a degollar a nuestros hijos y a nuestras esposas" habla La Marsellesa . Los mexicanos no se cortan y, desde el principio, advierten "Mexicanos al grito de guerra/el acero aprestad y el bridón/, y retiemble en sus centros la tierra/ al sonoro rugir del cañón". Vamos, que no es como para entonar en las fiestas patronales.

Cuando cantan los estadounidenses hablan del "fulgor rojo del cohete, las bombas que se revientan en el aire, que dan prueba durante la noche de que nuestra bandera estaba allí". Es decir, que las letras nacieron tras las batallas y, ahora, que estamos en tiempo del Producto Interior Bruto y de las ONG, a ver cómo te las arreglas para encontrar un himno que no parezca ni un balance de resultados, ni una canción de Unicef.

En el fondo, los himnos vienen a decir que nuestros hombres son los más valientes y nuestras mujeres las más hermosas. Claro, que con la ley de paridad, a lo mejor habría que decir que nuestras mujeres son las más valientes y nuestros hombres los más hermosos, pero no sé yo si se entendería en otros sitios que no están tan avanzados como España. Sin contar con la suspicacia de gallegos, catalanes y vascos, por no hablar del cantón de Cartagena.

La facilidad que tenemos para dedicarnos a resucitar problemas irrelevantes y convertir su probable solución en apasionado debate es asombroso. Me extraña que cuando cayó Bizancio no estuvieran allí los españoles hablando del sexo de los ángeles y de si la rana era carne o pescado. Claro que, entonces, Fernando el Católico debía de tener un par de años, no existía España, y, por tanto, se ahorraban el engorro de tener letra para un himno.