TAtunque siempre te dicen que hay que predicar con el ejemplo, no puedo evitar hacer referencia a una conversación que tuve ocasión de escuchar hace ya algunas semanas. Se lamentaba un amigo de la impopularmente conocida como la letra de los médicos .

Nos sirvió dicho comentario para profundizar en los arquetipos de determinadas profesiones que, la mayoría de las ocasiones sin razón científica alguna, dejan exteriorizar determinados clichés que estereotipan, y según parece, dan fuste.

En nuestro caso, la denominada letra de los médicos (también la de los historiadores que apresuradamente tomamos notas en un archivo) cae entre el público, sus clientes, con una farragosa grafía que lo único que produce es molestias en los que las sufrimos. Posiblemente innecesarias. Seguramente subsanables con un poco de tacto.

Ya me decía mi maestro en la universidad que, según el escenario, así debe ser mi comportamiento figurativo. Es decir, los banqueros llevan corbata, los obreros la camisa desabrochada, los tenderos hablan siempre con una voz a alto volumen... más o menos como las diferenciadas y actuales tribus urbanas juveniles. No me imaginaba yo en esos extremos.

Lo que quiero decir es que lo que vemos, pues, son meramente actitudes teatrales. Porque no creo que sea condición indispensable escribir una receta ilegible para considerarte mejor médico. Como a su vez serían prescindibles los comportamientos de aquellos que entienden que la escenificación es la parte sólida, cuando lo consistente, como el tiempo, es aquello que de tan placentero resulta inadvertido o pasa presto.

*Doctor en Historia y secretariodel PSOE local de Cáceres