Escritor

Confieso que mi afición a los diarios no es tan precoz como la de Julio Ramón Ribeyro, tal como asegura en la introducción a La tentación del fracaso; esa obra monumental, por varios conceptos. Con todo, son muchos los años que uno lleva transitando esa zona peligrosa de la literatura, antes incluso de que ese género híbrido se pusiera de moda.

Como al director de este periódico le gusta que aterrice sobre temas extremeños, para eso es regional, querría hacer alusión a tres libros que acabo de leer, los tres de autores nacidos en Extremadura y los tres también pertenecientes a lo que Ribeyro ha denominado el "diálogo interior".

El primero, de mayor a menor edad, se titula Esta es mi tierra y en él cuenta Luis Landero algunas cosas de su pueblo y, más allá, de la "melancolía de la infancia" cifrada, en su caso, en torno a la naturaleza y al verano. Aunque el germen de esta obra hay que buscarlo en un programa televisivo donde el autor de Los juegos de la edad tardía hablaba de su villa natal, Alburquerque, cualquiera se da cuenta al leerlo de que no estamos ni ante una obra menor ni ante un mero texto de circunstancias; algo de lo que debió darse cuenta antes que nadie el avispado editor de la obra, Fernando T. Pérez, cuando le propuso publicar, en cumplimiento de las bases del premio Extremadura a la Creación, su locución en off para la serie de televisión. Pocas veces he disfrutado tanto en los últimos tiempos de una prosa tan depurada y exacta, tan musical sin perder su sobriedad, tan evocadora y, en el mejor sentido del término, tan poética. Hubiera sido una pena que esta hermosa reflexión sobre la memoria y el paisaje no hubiera encontrado su lugar natural en las páginas de un libro pues de literatura en estado puro se trata.

Dominio público se titula la ultima entrega, por ahora, de los temibles diarios de José Luis García Martín, el más despiadado crítico de poesía de España, según todos los indicios. Digo despiadado y no desinformado, arbitrario o cosas peores porque lo que le caracteriza fundamentalmente es su enfermizo deseo de herir a quienes aprecia, tanto en la vida como en la poesía. De eso, y de otras muchas cosas, da buena cuenta en sus indiscretas anotaciones donde apena que pulule la descalificación y el cotilleo. Cuando deja esas tentaciones de lado, encontramos al poeta de mirada viajera, al lector penetrante, al degustador de costumbres, al coleccionista de ciudades, esto es, a ese pessoano personaje, más feliz que desasosegado, que en vano procura esconderse detrás de otras máscaras.

En la colección Ensayos Literarios de la Editora Regional (otro acierto de F. T. Pérez que refleja que nuestra normalización también incluye la antaño desusada escritura memorialística) acaba de aparecer El trabajo gustoso de Miguel Angel Lama. Un cuaderno de clase lo subtitula. Sí, en realidad se trata de un diario donde se da cuenta de las vicisitudes de un profesor universitario a lo largo de un curso. El título, tomado de Juan Ramón, alude a la felicidad que le procura a su autor trabajar en lo que le gusta, tan evidente que "sólo cuando estoy en clase descanso", nos dice, y que "al trabajo gustoso se une esta creencia de estar habitando en un lugar ameno en el que se habla de literatura". Lo personal, y hasta lo íntimo, cohabitan en este libro con las sagaces confesiones del letraherido que no elude los dolorosos razonamientos sobre el medio universitario y sus no siempre comprensibles cerrazones.

He aquí, en fin, tres lecturas recomendables que viene a demostrar fehacientemente cuánto de vida hay en la literatura.