Las leyes en España las carga el diablo en los portafirmas de los partidos políticos. Deberían ser estudiadas, como disciplina, entre las Bellas Artes porque son un ingenio de amagar y no dar, y de dar sin amagar. La historia legislativa de la España contemporánea es un insufrible compendio de tormentas políticas que, de modo inmisericorde, azotan vidas y haciendas. Las colecciones legislativas amenazan desde las métricas estanterías como cintas de sastre para, con firme veleidad, hacerle un traje a medida a quien convenga.

En nuestro país las leyes habría que valorarlas al peso. Con la obsequiosa polvareda de decretos con que la estulticia política ha distinguido a la ciudadanía en los últimos doscientos años, desde el Motín de Esquilache a la Ley Antitabaco, ningún ciudadano, en algún momento, se vería libre de ser empapelado por alguna norma legal. Como afirmaba Tácito : los Estados corrompidos son los que más leyes dictan.

El poder en España acopia tal afición a promulgar leyes que da la impresión de que los propios preceptos, por intrusión, causan más víctimas que los delitos. Y la ley, con frecuencia, resulta injusta en su aplicación, en sus tiempos y en sus procedimientos; por ello, paradójicamente, con frecuencia favorece más al delincuente que a la víctima. Parodiando el refrán popular aquí la ley no solo es ciega, sino algo sorda y de mano un tanto suelta, por cuya razón sus bofetadas suelen ser formidables.

En nuestro país además la política parece encaminada a utilizar la ley no solo para gobernar a todos --o a unos pocos, según convenga-- sino para aniquilar al adversario. Resulta proverbial su incapacidad para comprender un principio democrático que, al menos en la Transición, se intentó conjurar: la no conveniencia de destruir al contrincante, de respetarlo por imperativo democrático, o por decencia, y compartir con él, al menos, el aire que respira, el agua que bebe y el suelo que pisa.

XA FUER DEx subjetiva tengo para mí que la práctica de la inquina al antagonista procede de la transferencia de lo personal a lo político del celebérrimo gen social conocido como mala leche , tan activo en la historia de España. Es decir, la envidia, el rencor, la venganza, el ¡que se joda! . La ancestral intolerancia, la espesa ignorancia, la cobarde chulería. O la humillante desigualdad. Ahí está la historia desde los Godos.

Hay leyes y leyes. Sobre algunas pende el futuro del país, tal es el caso de la Ley de Educación. Al elaborarla parecería razonable que se buscase cierto consenso por aquello de la perdurabilidad ¿No es estúpido que un año la promulgue un partido y al siguiente la derogue el rival? Si la gente que tiene el poder y los que lo ansían son incapaces de sentarse a la mesa y llegar a acuerdos razonables ¿qué comportamiento cívico esperan del pueblo? ¿Tendrá razón Sholzhenihsin cuando afirma que los partidos políticos occidentales son un timo, y que por definición, tal y como están estructurados, funcionan sólo en su propio interés?

Las leyes, con frecuencia, aparecen excesivamente contaminadas por las ideologías. En cuyo caso, cuando se inspiran en facciones o modas, no suelen ser ni justas ni duraderas. No es concebible gobernar contra nadie. "El fundamento de la moral y de las leyes lo constituye la mayor felicidad del mayor número de gentes" (J. Benthan ).

La actual Ley de Educación ha demostrado ser una ley de partidarios políticos detestada por los no partidarios y descalificada por los resultados. Legítimamente aprobada y públicamente reprobada. Impuesta con calzador ideológico es pasiva porque desmotiva al profesorado; es paternalista porque limita y somete la voluntad del alumnado; es falsamente igualitaria porque lamina las posibilidades de la mayoría. Una especie de cuerpo sin espíritu habitada por el fantasma del fracaso escolar.

Toda ley, aparte de su concepción intrínseca, ha de tener en cuenta el cuándo, el cómo y el dónde se implanta. Por ello una misma ley puede ser, pongo por caso, apropiada en Francia e inapropiada en España. La LOE, tal y como está concebida, no se adapta al perfil de país que padecemos y disfrutamos. Es probable que sea buenísima en teoría, pero, aquí y ahora, es más enfermedad que remedio.

Transferidas las competencias educativas a Extremadura la Asamblea extremeña se dispone a promulgar una nueva ley para Extremadura. Se nos mueve el suelo bajo los pies. Si la calamidad nos acompaña en nuestra historia legislativa ¿qué nos deparará multiplicar por diecisiete la potestad de legislar?

No es cuestión de desconfianza pero si el nivel de madurez del Gobierno Autónomo en Educación, pugnando por ocupar el primer lugar en fracaso escolar de la OCDE, no se le ocurre otra cosa para quedar bien o presumir de modernos, que comprar un ordenador portátil a cada alumno de Secundaria en vez de tomar medidas para paliar el desastre ¿qué podemos esperar de otras ocurrencias convertidas en ley?