El juez Emilio Calatayud , que tiene tanto sentido común como sapiencia jurídica, dice que los jueces aplican las leyes, lo que no significa que hagan Justicia. Es una fina reflexión sobre lo que distancia la legalidad de la Justicia. Es legal que una persona, que lleva pagando varios años la hipoteca del piso en el que habita, no sólo le arrebatan el sitio en el que vive, sino que tenga que seguir pagando la hipoteca, pero el más lerdo y el más filósofo entiende que eso no es justo. Es legal que un inquilino, que no paga su alquiler, pueda seguir ocupando más de un año el inmueble, gratis total, hasta que el casero logra el desalojo, pero desde el porquero a Agamenón entienden que eso es injusto.

Un personaje tan antipático y falaz como el apodado El Cuco , salga del encubrimiento de un asesinato y de una presumible violación de la asesinada con tres meses de reclusión en un centro de menores, es algo que, desgraciadamente, excita el terrible camino de la venganza personal, esa tierra de nadie y de todos que fue el origen de cosas tan horribles como la mafia o ETA. Y no pocos padres, ayer y hoy, se han planteado cuál hubiera sido su reacción después de la doble ignominia que supone el arrebato tan indigno de una hija y la sentencia.

Pero los jueces aplican leyes. In dubio, pro reo . En caso de duda se resuelve a favor del acusado, y eso, que nos parece monstruoso, nos libra de otras injusticias irreversibles. En este caso no ha existido la Justicia, sino la legalidad. Y la legalidad deja ese mal sabor de boca, esa impotencia, ese desagrado ante lo que nos parece una iniquidad y un desafuero. Pero la alternativa es terrible, porque significa marchar hacia atrás, hacia el Código de Hammurabi. Lo que no impide esta impotencia, este dolor, esta sensación de sociedad fracasada.