WEw l operativo para liberar a tres rehenes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) --dos mujeres y el hijo de una de ellas, nacido en cautividad-- ha ofrecido ahora al presidente de Venezuela, Hugo Chávez la posibilidad de mejorar de una forma clara y palmaria su imagen exterior y de neutralizar, en parte, los efectos de la derrota que sufrió en el referendo constitucional celebrado hace unas semanas en su país. De hecho la noticia es esperada con ilusión por los familiares de otros rehenes, aunque ignoren su suerte.

Puede decirse, de esta forma, que la liberación de la congresista liberal Consuelo González Perdomo, de Clara Rojas, que es excandidata a la vicepresidencia de Colombia, y de su hijo Emmanuel ha dado ocasión a Chávez de presentarse ante la comunidad internacional como un estadista comprometido con los derechos humanos y dotado de buen olfato para sacar partido del ocaso. Aunque sea a costa, eso sí, de mostrar con las FARC un grado de comprensión que permite albergar, por otro lado, alguna sospecha sobre qué tipo de relación mantiene el experimento bolivariano con la guerrilla más veterana de América Latina.

Otra cosa es la importancia real de la liberación --solo tres personas de un colectivo de más de 3.000-- y el precio estipulado por los guerrilleros para aceptar la operación sin intercambio de prisioneros. Los aspectos más emotivos de este caso --el hijo de Rojas lo es también de un guerrillero de las FARC-- no pueden ocultar la realidad, y esta no es otra que una situación política bloqueada en la que el Gobierno colombiano endurece su postura ante la opinión pública porque carece de medios para doblegar en la selva la voluntad de sus adversarios. Y estos apenas pueden negar que la guerra contra el Estado ha dejado de ser un combate liberador para convertirse en una forma de vida.

En tales circunstancias resulta precipitado vislumbrar un "viraje significativo" de Manuel Marulanda y sus huestes como ha hecho la Iglesia colombiana, llevada seguramente por los deseos más que por la realidad.

Ni parece próxima tampoco la liberación de Ingrid Betancourt, candidata presidencial en septiembre del 2001, y que es precisamente una de las grandes bazas políticas con la que en estos momentos juegan las FARC, ni mucho menos un acuerdo de mínimos para que se negocie la liquidación de la pesadilla colombiana.

Parece, en cambio, que la escenificación diplo- mática del conflicto, con varios jefes de Estado, encabezados por Nicolas Sarkozy, empeñados en meter baza, es un medio excelente de promoción personal, aunque con resultados exiguos. El espectáculo ha de ser descorazonador para los secuestrados, si tienen conocimiento de él, y lo es con toda seguridad para sus familiares, que detrás de la gesticulación de los políticos no ven dónde queda el final del suplicio.