TMtientras que los políticos del PP y algunos obispos se afanan en explicarnos las maldades que para nuestros hijos encierra la asignatura de Educación para la Ciudadanía, los padres comenzamos a echar cuentas y a desembolsar el montante que suponen los libros de textos y otros materiales para el curso escolar, desorbitado diría yo, y cuyo gasto no entiende ni de sueldos, ni de clases sociales, ni de situaciones familiares concretas. Los precios son para todos iguales y nadie se escapa de la obligatoriedad de dotar a sus hijos de lo que el centro escolar les exige.

Mucho tiempo ha pasado desde que quien les escribe fuese a la escuela por primera vez, tanto que apenas quedan en la memoria los detalles del tipo de material que llevaba, aunque siempre recordaré aquella cartilla heredada de mis hermanas mayores con la que aprendimos a leer y que junto con algún cuaderno de dos rayas y la vieja cartera de material, conformaban nuestro inventario escolar de aquel entonces, para nosotros suficiente. Anteriormente, según me contaban mis padres, quien tuvo la suerte de escolarizarse no tenía demasiados problemas con los libros de texto. La famosa Enciclopedia de Antonio Alvarez Pérez era el libro por excelencia y exclusivo de la enseñanza, completo y ameno, y la referencia y fuente de iniciación en el conocimiento de muchos pensadores, escritores, ingenieros, médicos, hoy día en la cumbre de la fama.

Realmente la transformación ha sido espectacular, no sé si para bien o para mal, pero lo que resulta evidente es que con tanto cambio de leyes y con tanta reforma en la educación se ha acabado con una de las medidas de ahorro más importantes que las familias tenían a la hora de adquirir los libros de texto, que era la de compartir los libros como buenos hermanos y con ello aliviar la economía familiar que en aquella época, al igual que hoy, no era muy boyante. Mientras tanto, confiamos en que nuestro presidente, Guillermo Fernández , nos sorprenda pronto con alguna medida al respecto.

*Técnico en Desarrollo Rural