Un cuarenta por ciento de españoles reconoce que no lee nunca por ocio. Nunca. Al menos eso dice la Federación de Gremios de Editores de España, en un informe que para su presidente tiene sabor agridulce.

Mejoran un poco los índices de lectura, pero sigue habiendo un porcentaje enorme de personas que no abren un libro en su vida a no ser que se trate de trabajo. Sin querer discutir los gustos de cada uno, para mí el informe no es agridulce, sino amargo como la hiel.

Por pereza, no quiero calcular cuántos españoles no se acercan nunca una novela o un cuento, poesía o cómic, y ya no hablemos de un texto dramático. Para drama, este fracaso que explica muchas de las cosas que estamos viviendo. Y no hablo de cierre de librerías ni de pérdidas de puestos de trabajo, ni de que los libros más vendidos sean Patria y Cincuenta sombras de Grey, lo que seguramente también explica la realidad que nos rodea.

Que se pase de la literatura bien escrita de Aramburu al sadomaso de videoclip es representativo de algo, no sé de qué, porque casi me da tanta pereza pensarlo como calcular cuántas de las personas que comparten país conmigo no disfrutan de la lectura.

Lo que sí está claro es que las campañas de animación a la lectura son un fracaso, seguramente no por ellas mismas ni por los miles de voluntarios que en ellas participan.

Tenemos bibliotecas públicas maravillosas que abren hasta los domingos por la tarde, y autores excelentes publicando libros juveniles que es imposible no comprar, llenos de ilustraciones, desplegables, con sonidos y olores que a mí me hubiera encantado disfrutar.

Las editoriales siguen su labor titánica y crecen como setas los autores y los continuadores de las sagas de éxito. Si se lleva lo policial, surgen miles de novelas, y el sado light ha invadido las librerías, baluartes también de una guerra que parece perdida. Y a lo mejor lo está.

Y los últimos acontecimientos de nuestro país no son más que el reflejo de una generación de personas que no lee nunca, si no es por trabajo. Eso explicaría el sinsentido de lo que nos rodea.

Si nuestra inteligencia es lingüística, es decir, si entendemos el mundo cuando lo pasamos a palabras, qué mundo pueden entender y crear aquellos que apenas se acercan a la lengua, salvo para destrozarla.

Menos mal que nos queda el sesenta por ciento de lectores, y menos mal que la mayoría de ellos tiene entre catorce y veinticinco años, o sea, nuestro futuro. Y menos mal también que muchos de ellos son mujeres. No, la guerra no está perdida, sigamos peleando. Si volvemos a la carga, puede que no consigamos que la gente lea más libros, pero seguro que nosotros acabaremos por leer otros titulares.