Filólogo

Es fácil deducir a dónde puede llegar un embustero que inventa maravillas y vende humo, si uno escucha, los viernes a mediodía al ministro portavoz, señor Zaplana, tras el Consejo de Ministros. Y puede, de paso, preguntarse el por qué del amplio margen de tolerancia que tiene la ciudadanía con él.

"Pueden estar seguros de que estoy diciendo la verdad", aseveraba Aznar sobre las armas de destrucción masiva, afirmación grabada, reproducida, vista por todos los españoles y negada ahora, ante el pasmo general, por este desenvuelto portavoz gubernamental. Primero nos amedrentaron con la televisión, las advertencias y los argumentarios militares --aún recuerdo el artículo de un militar extremeño explicando las clases y efectos letales de las armas, que me puso los pelos como escarpias-- y luego nos dicen que ellos ni dijeron ni hicieron. ¿Qué nivel de tolerancia debe tener la sociedad con gente que miente con tal descaro y niega que hubiera huelga general, chapapote, filtración sobre el terrorismo, utilización electoral del mismo, apropiación de las pensiones, y, ufanos y resueltos, nos consideran cretinos integrales que no saben lo que ven ni lo que oyen?

A este espectacular farsante sólo le ha faltado, en la campaña de las pensiones, anunciar que se le concedía una pensión a la viuda del soldado desconocido, y certificar que por el mar corren las liebres y por el monte las sardinas. Muchos le hubieran creído: la falta de información de la gente y la incapacidad para reconocer que se les engaña, deja a estos propagandistas el campo abonado para la práctica diaria del vamos a contar mentiras. Y es que cuando a un político se le sube la mediocridad a la cabeza, se transforma en doctrinante y lavador de cerebros, sin entender que el ciudadano sigue con el juicio y el discernimiento intactos.

Con lo que dicen no nos distraen de lo que son: embusteros.