España limita al norte con Manolo el del bombo, el incansable animador de la selección de fútbol española. Con su chapela al modo vasco y sus golpes de mazo aporreados contra el megatambor, une sin quererlo a lo más rancio del folclore vasco con la esencia del sentimiento nacional, ¡Pum, pum, pum! ¡Eeespáña! ¡Pum, pum, pum! ¡Eeespáña! Como si quisiera acabar con el problema del independentismo vasco a golpe de ruido, pum, pum, pum, a golpes de españas, españas. En el norte España limita con sus problemas y con el mar embravecido de la pesca, de las redes y de los enredados en el silencio y en el miedo.

Al sur limita España con las Rocíos recién muertas, pobrecitas, que encarnan una de las muchas españas, de quienes algunos se quieren apoderar en rara exclusiva, como si la Virgen del Rocío, la Tonadilla y la Bata de Cola fuesen la Tríada que sostiene, que estructura el patriotismo más de pata negra de este país, el patriotismo auténtico y fetén, el definitivo. Es el sur, ese sur del barroco de las procesiones de Semana Santa y del barroquismo reciente de la realidad nacional y de la nacionalidad irreal. El límite del sur se anuncia en luminosos carteles amarillos donde el sol rojo lo es sólo de papel y el sol real es una inmensa bombona de butano para cocinar pieles de turistas embadurnados en aceites no de oliva. También en este sur limita España con la pobreza y con el horror del cruce del charco, del riesgo de morir ahogado por no ahogarse con la miseria de tierras que no son tierra, sólo sequedad y hambre.

España no limita, en el este, con el mar Mediterráneo, sino que se abre a él. Por allí penetraron la cultura de las civilizaciones más humanas, más cuidadosas con el hombre individual, con la naturaleza de las cosas, con la reflexión sobre el propio mundo y sobre nosotros mismos; pero esta influencia ya no llega hasta Madrid, se quedó a varias leguas, a pesar de que no hay entre el interior y la costa ningún obstáculo montañoso de envergadura que lo impida. España limita al este casi consigo misma, cerrada ahora a la cultura ancestral, milenaria, del sosiego, del equilibrio con la naturaleza, de los alimentos saludables, del culto de la amistad y de la búsqueda del arte para su disfrute y no para mercadearlo. Y Madrid se enquista en el centro de sus cuatro puntos cardinales, alejada de los vientos y brisas del este para discutir qué es España mientras en la periferia se discute qué no es España.

XY AL OESTEx limita España con el país hermoso y pobre de nuestros vecinos amables, denostados por siglos de presentarles las espaldas y no la frente con las manos extendidas. Y limita con el Atlántico, océano prodigioso que nos trae el dólar, la industria, el consumo y la conexión con el epicentro del imperio, de nuestro Gran Imperio Occidental, del que apenas si somos una díscola provincia. Y con América del Sur, la de la literatura rica y los indios pobre, América Hija que ahora se levanta contra la madre inventada para reclamarle el petróleo y la deuda auténtica histórica. Y en el oeste más cercano España se limita un tanto con mi tierra, Extremadura, y no se sabe bien si este límite la ensancha o la empequeñece, pues depende, sobre todo, de los que viven al límite de los límites, geográficos y económicos.

Y aun tiene España un límite aéreo, en la vertical desde Madrid, hacia un cielo cargado hoy de humos y suciedad, sin climatología estable y cuadriculado por las estelas de aviones superveloces. Muy en lo alto, en el confín último de los cielos, ya cerca de donde los dioses, hoy ausentes, velaban por los hombres, levita la última concepción de España, que votó hasta allí desprendida de las tierras que en otros siglos la sustentaban. Poco a poco el efecto invernadero la está derritiendo y su geometría resulta cada vez más imprecisa.

Españolito que recorres este país, pon atención, cinco límites tiene España y cada uno de los cinco puede helarte el corazón.

*Catedrático de instituto