Dramaturgo

Juan Copete ha trazado los límites literarios de Extremadura junto a sus límites, que no limitaciones, y Ruiz de Gopegui remacha la faena con sus límites internos, donde el deseo y la ilusión se alían para definir una Extremadura soñada. Pero ninguno de los dos está en la onda, ni sus definiciones sirven para nombrar la nueva realidad extremeña: "¡Nunca estuvimos tan mal como ahora!", brama un veterano locutor de radio. "¡Ibarra intenta apoderarse del AVE!", truena la derecha. Es la nueva cruzada, el tiempo de cabalgar sobre las nubes para buscar el imperio y derrotar a los enemigos de Extremadura. Y en éstas se nos muere Dulce y cierra la librería La Alianza y nos encontramos a Rosa de España entre los macarrones del Carrefour.

Dicen que Franco jamás se consideró dictador ni de derechas. Es más, cuando le hablaron de traer el Guernika a España dijo: "¿Y si no nos dejan?", convencido de que eran ellos , los del exterior, los otros, quienes habían demonizado a Picasso, a los comunistas, a los masones, a los artistas y librepensadores.

Verán cómo al hablar del retraso extremeño, alguien dirá: "Es que no nos dejan", y lo dirán convencidos, seguros de que los siglos de privilegios, de sandalias a la puerta de sus cortijos como escribiría Dulce, se han transformado en progreso retenido, en desarrollo impedido por alguien (¿ellos mismos?) que está fuera de nuestra realidad (o vive en la calle Serrano). Los límites literarios y los límites del deseo tienen puntos de confluencia, ángulos en los que coinciden y vértices comunes. Unos, los literarios, pueden apelar al recuerdo; otros, los del deseo, parten del recuerdo e imaginan el futuro: ¿Recuerdan Extremadura?