Sociólogo

Hace algunos años, trabajando en la Universidad Complutense de Madrid, tuve ocasión de participar en un estudio e investigación sobre la imagen que se proyectaba de los jóvenes en los medios de comunicación. Tras casi un año de análisis y concienzudos estudios psicosociológicos, llegamos a la simple e inquietante conclusión de que, pese al relevante papel que muchos jóvenes desempeñaban en todos los ámbitos de nuestra sociedad, para los medios de comunicación el protagonismo de la juventud en aquella incipiente sociedad globalizada básicamente se destacaba (muchas veces en titulares) para informar sobre sucesos delictivos, comportamientos reprobables, falta de responsabilidad, inexperiencia vital, comodidad, inmadurez, etcétera. En definitiva, la imagen que de los jóvenes se proyectaba era como para invitarles a que diesen un salto desde la adolescencia a la vejez eliminando de su existencia esa etapa de la vida en la que casi todo el mundo quiere quedarse, ya saben, aquello de la eterna juventud y el divino tesoro.

Estas cosas no han cambiado casi nada. No hay más que leer, oír y ver lo que se dice de los jóvenes. Y uno piensa que hoy, como casi siempre, nos preocupamos de los jóvenes no porque les queremos, sino porque les tememos. Nos preocupamos de los adolescentes, de los adultos y, desde hace unos años, de los viejos; del tránsito intermedio que supone la juventud sólo nos preocupa su carácter consumista: a los padres les preocupa que consuman tanto y al sistema de consumo que consuman tan poco y que tampoco consuman. Los jóvenes siguen siendo, según los adultos: irresponsables, vagos, inmaduros y prescindibles (menos nuestros hijos/as); los adultos, según los jóvenes: opresores, cortarrollos e imprescindibles (sólo nuestros padres y para mantenernos).

¿Excepciones? Pues claro..., pero eso, hablamos de excepciones. Pero en este asunto ocurre que hay circunstancias que cuestionan esas excepciones y que no se utilizan para, aunque sólo sea por una mera cuestión de justicia social, proyectar una imagen de los jóvenes que potencie los valores que casi nadie les reconoce.

El reciente desastre que mantiene a Galicia y a todo el país en vilo, ha puesto de manifiesto un hecho incontestable: han sido los jóvenes los que en mayor número se han movilizado para intentar arreglar el desastre del Gobierno... no, no, del barco ése... sí del Gobierno.

No he leído ni escuchado los suficientes elogios que los jóvenes se merecen por haber dado muestras de tan generosa solidaridad con un pueblo y un medio ambiente que a todos nos pertenece. Algunos ha habido, sí, pero los medios de comunicación que tan alegremente se prestan a seguir manteniendo esa deplorante imagen de los jóvenes, han desaprovechado tan singular ¿excepción? para empezar a limpiarla.

Serán imaginaciones mías, pero esos mismos jóvenes que veo a diario por las calles extremeñas, esos irresponsables, vagos, inmaduros y prescindibles, están en las playas gallegas limpiando la negra conciencia surgida de la falta de escrúpulos de unos y la ineptitud de otros.

Seguramente a pocos se les ocurrirá pensar que, tal vez, muchos de esos jóvenes son los mismos que los fines de semana van al botellón.