TLtos medios de comunicación han filtrado la arenga de Zapatero a sus centuriones: el próximo fin de semana es la última oportunidad de evitar la debacle electoral mediante la movilización del voto socialista dormido. Una ruina electoral tiene dos parámetros de medición: por un lado, los resultados anteriores y por otro las expectativas. Pero hay algunos símbolos que pueden acentuar la derrota o atenuar su impacto. Sevilla y Barcelona son las dos únicas grandes ciudades gobernadas por los socialistas, y las dos pueden caer; tienen muchas posibilidades de que la primera sea gobernada por el PP y la segunda por CiU.

La batalla de Castilla-La Mancha es crucial para Rajoy ; pero también para el PSOE. La apuesta de Rajoy al alza por María Dolores de Cospedal le sitúa en el punto crítico de tener que evitar una derrota que le debilitaría delante de los halcones de su partido. Esperanza Aguirre está al acecho y Cascos puede ser aliado si consigue grupo parlamentario en Asturias. Los límites de una derrota admisible son siempre etéreos; incluso dependen de la estrategia de comunicación de la noche electoral: todos mienten ese día, pero unos son más hábiles que otros: nadie reconoce una derrota, salvo que sea tan evidente que no admita disimulos. El PSOE se juega mucho: encima de la mesa de apuestas está la herencia del postzapaterismo. En el tapete verde del 22 de mayo, la posibilidad de que sea imposible realizar primarias porque Chacón y Rubalcaba no puedan evitar aparecer como corresponsables de la derrota, por haber asentido a todas las medidas que ha dictado Zapatero. Si el electorado castiga al PSOE con saña, habrá que hacer un congreso extraordinario para renovar una cúpula contaminada. Es importante delimitar los límites entre la catástrofe y un mal resultado: en la recta final de la campaña, salvo en contadas comunidades como Asturias o Extremadura, en donde los socialistas pueden ganar, se trata de salvar los muebles del naufragio.